Anécdotas, Conciencia, Naturaleza, Reflexión

Alegre réquiem natural

Escribir a veces da rabia. Cuando una sensación te ha llevado a reflexionar y escribes sobre ello, te expones a dejar unas impresiones que seguramente algún día cambien. Esto me pasa con la mayoría de cosas que escribo. Conforme pasa el tiempo y sigues viviendo y experimentando cosas, viejas o nuevas, aprendes. Por ese motivo, tu punto de vista se amplía o incluso puede cambiar. De hecho, el aprendizaje se basa en eso precisamente.

Cuando, después de muchos y muy buenos momentos rodeado de naturaleza y de sensaciones, escribí un texto acerca de todo aquello, quedé bastante contento del resultado. Pues bien, tan sólo un par de semanas después de escribir aquel artículo, tuve una experiencia que amplió con mucho todo lo que sentí y expresé en aquella ocasión.

Sucedió una maravillosa mañana de sábado, una de estas frías mañanas de uno de los inviernos más fríos que recuerdo en toda mi vida. Durante este último invierno, el tiempo ha sido especialmente gris y lluvioso.

Peleándome con el insomnio, por fin un día conseguí levantarme realmente pronto, a las siete de la mañana. Había estado todo el día anterior lloviendo sin cesar y aquella mañana de sábado se presentaba nublada y antipática. Había un ligero pero constante y frío viento de levante en el levante valenciano, y todo el paisaje lucía absolutamente mojado. Eso sí, aunque los caminos estaban llenos de charcos, ya no llovía. Esta situación es para la mayoría de nosotros un tiempo horrible que no invita para nada a salir del hogar. El típico tiempo que te jode los planes de un fin de semana y te puede intoxicar con el cine de sobremesa que hacen en la televisión.

No obstante, la alegría de vencer al insomnio me dio fuerzas para armarme de valor y salir a correr un poco. El ambiente decía no, y tal vez precisamente por eso yo me empeñé en decir sí.

No sin música, emprendí la marcha por los caminos del paisaje campestre entorno al cual tengo la gran suerte de vivir. Tenía que ir sorteando los charcos y cuidándome de las rachas de viento que podían ser realmente molestas. En un momento así, con tu banda sonora preferida de fondo, te puedes arriesgar a una posible pulmonía pero también a disfrutar un gran abanico de sensaciones.

Me costó un poco calentar el cuerpo por lo intempestivo del temporal, pero era una experiencia nueva y yo tenía muchas ganas de vivirla. Una vez te has alejado tanto de casa que te da pereza volver, tu cuerpo entra en calor y el clima ya importa menos. Si logras no arrepentirte de haber salido en los primeros minutos, tienes la ocasión de poder vivir una experiencia que, como he dicho antes, puede ampliar otras que has tenido antes, sin tener que invalidarlas en absoluto. Sumando.

De repente, en el mp3 sonó una música especial. Un tema que puso título y banda sonora a una película durísima que me impactó como pocas lo han hecho:

Aquella mañana, la naturaleza se podía sentir tan viva o más que cuando está en calma y armonía. El viento hacía mecerse todo el paisaje al unísono y podías notar su fría temperatura en una clara situación de superioridad frente a ti.

Conforme los iniciales y pausados acordes de Requiem for a Dream dejaban entrever la preciosidad y dureza de esta pieza, me paré y contemplé el paisaje de mi alrededor, igualmente majestuoso. El cielo se oscurecía poco a poco mientras los enormes nubarrones se juntaban lentamente unos a otros como gigantes algodones de azúcar grisáceo. Se podían ver las montañas de alrededor cubiertas de un precioso y fino manto de nieve, en armonía con el tiempo de perros que hacía.

Lo que entraba por mis orejas era tan bello como el imponente entorno, el cual te dejaba sentir sus fríos y constantes movimientos gracias al viento. Parecía que la música y la naturaleza quisieron ponerse de acuerdo. No sé cual de las dos cosas era más impresionante. Las ramas de los árboles se dejaban guiar por el aire al son de los desgarradores sonidos de las cuerdas. La fría temperatura se unía a tan vivo paisaje recordándote que, aunque suela estar en calma, el entorno siempre está vivo y tú puedes notarlo.

Impresionado, no podía dejar de mirar a mi alrededor con la boca abierta mientras, tanto la sinfonía como el paisaje, se iban recrudeciendo de una forma lenta, constante y armónica. Las rachas de aire frío secaban con rapidez el sudor de mi frente y me enfriaban poco a poco, mientras mi mente seguía seducida por los compases de la música y la maravilla del entorno. Los escalofríos se esparcían a lo largo y ancho de todo mi cuerpo.

No importaba lo incómodo que resultara estar allí en medio, lo que estaba sintiendo en esos momentos estaba haciendo trabajar todos mis sentidos. La humedad del ambiente se podía sentir, oler y hasta saborear. Los pulmones disfrutaban al llenarse de aquel aire tan puro como gélido. El paisaje se iba oscureciendo lentamente, revelando la gran cantidad de contrastes lumínicos que provocan los enormes nubarrones, mientras el frío viento volvía locos a árboles y arbustos.

Cuando tomé consciencia de lo que me rodeaba, recordé que estamos a merced de los elementos, y es algo que siempre debemos tener presente. Ocasiones así vienen bien para recordarlo.

Esa mezcla del gris paisaje con aquellos impresionantes acordes de fondo me hizo notar la otra cara de la naturaleza, el lado desgarrador y majestuoso que te hace sentir toda su increíble presencia de una forma más excitante que en una mañana de clima soleado y tranquilo. El ambiente era de lo más inapetente, pero aún así la experiencia fue gratificante e increíble. Algo tan absurdo como coger el día que peor tiempo hace y salir a dar una vuelta. Tan simple, tan bonito y tan loco.

Esa experiencia me ha servido para sentir una pequeña parte de lo increíble que puede ser disfrutar de la naturaleza, aunque las circunstancias no lo hagan atractivo. Ha ampliado aquel punto de vista que ya tenía, como cada día puede pasarnos con multitud de cosas distintas, si estamos dispuestos a vivirlo.

El insomnio no me dejaba dormir bien, pero me invitó a soñar en una fría mañana de sábado invernal. Y a vivir un alegre réquiem en ese sueño.

«Una sola puerta de tres abierta.

Una sola puerta.

En frente la montaña,

pasa la nube inmensa.

Toda suya. Todo suyo.

Huracanes de vientos,

lluvia andante semiparalela

y en todo el monte funerales alegres naturales,

de hojas muertas.

Llegó el otoño, llegó la muerte.

Hoy morirán hojas y animales,

mas no morirán del todo,

serán con la pobredumbre de su muerte,

para la tierra de su muerte.

Pasado mañana,

brotes de esperanza.

¡Que yo no he muerto!

¡Me alegro de la lluvia, y me alegro del viento!

Si tengo frío, ¡me caliento!

Si tengo miedo, ¡que no lo tengo…!

… susurro y pienso.

Y por las mañanas

ya me he comido mi pequeña ración,

de esperanza.

Una sola puerta de tres abierta.

Una sola puerta,

inmensa.»

Intro del poeta Manolo Chinato en Jesucristo García, de Extremoduro.


Conciencia, Naturaleza, Reflexión

Como el beso de una madre

Fuera de los entresijos de la vida cotidiana, a kilómetros del tráfico y el estrés diario, se encuentra un edén donde el aire es tan puro como el cariño de una abuela. Cuando te alejas de la casa, del trabajo y de la burbuja que supone una sociedad moderna, hay una puerta invisible que te saca de un mundo rápido, complicado y competitivo para llevarte a un lugar donde todo parece estar en una asombrosa y sincronizada armonía.

Es entonces cuando nuestro corazón reduce sus revoluciones y deja de ir al ritmo de los coches, de la bronca de tu jefe o del disgusto de la economía. Es justo en ese momento cuando nuestros sentidos son capaces de expulsar todas las toxinas acumuladas en la ciudad, y volver a transpirar sensaciones que sólo pueden experimentarse con la paz que otorga escuchar el sonido de la naturaleza.

En ese momento y tal vez sólo en ese momento, podemos sentirnos como una parte de esa Tierra que nos ha visto nacer y que nos acogerá al final de este ciclo y al principio del siguiente.

Es en contacto directo con la naturaleza cuando un ser humano capta su esencia misma, y la de todo lo que hay a su alrededor. Todo lleva su propio ritmo. Lento, constante, sincronizado, imperceptible. Vivo. Perfecto.

Cuando estás en pleno contacto con el medio natural sin pensar en ninguna otra cosa que no sea sentir, te das cuenta de que eres una pieza más del precioso engranaje de vida. En esos momentos te sientes feliz simplemente por poder estar sintiendo esas emociones, feliz de que tus sentidos puedan percibir con claridad todos los estímulos a su alcance. Te sientes feliz por estar vivo.

Todos los sentidos se ponen a trabajar rápidamente. Sentimos la calidez del tibio sol de la mañana y la caricia de la brisa fresca. Sentados en un manto verde natural, observamos a nuestro alrededor mientras aspiramos lenta y profundamente para oxigenarnos con el purísimo aire del campo. Huele mejor que la ciudad. Se pueden escuchar orfeones de pajarillos que, perfectamente sincronizados, pían caóticas melodías acompañadas de fondo con el sonido de las hojas de los árboles mecidas por el viento. Aprovechamos para beber agua, refrescarnos y descansar.

Es una situación casual en un entorno natural que puede estar desde Buenos Aires hasta Villanueva de la Jara, provincia de Cuenca. En cualquier rinconcito de la geografía podemos disfrutar de una breve pero intensa experiencia, siempre que estemos dispuestos a sentirla y disfrutarla.

Justo en ese instante, cuando estemos en pleno contacto con el medio natural, puede que nos sintamos en deuda. Si esto ocurre, significará que estamos empezando a respetar esta Tierra que nos dio la vida, y que es capaz de quitárnosla cuando le venga de provecho.

La grandeza del paisaje nos recuerda de donde venimos y a donde vamos a ir. Polvo eres y en polvo te convertirás. Si la ciencia no dice lo contrario, físicamente estamos de paso por aquí.

En esos instantes de plenitud sensorial, y sintiéndonos en armonía con el entorno, es la ocasión ideal para sentir todas las formas de vida como propias, porque en realidad todos estamos jugando al mismo juego. La vida es un continuo reciclaje.

El día en que dejemos de correr y nos paremos a sentir todo eso, nos dará mucho que pensar, y mucho que vivir. Muchos motivos para cuidar la naturaleza, para demostrar que la queremos de verdad.

Recibir el beso de la naturaleza y tener ganas de devolverlo es una experiencia única, porque madre no hay más que una.

Conciencia, Reflexión, Sociedad

Los estímulos y la empatía

Nuestro sistema nervioso es extraordinariamente complejo. Se vale de multitud de células formando tejidos que nos hacen reaccionar ante los estímulos externos. Además, todos estos tejidos están en permamente conexión con algo aún más complejo si cabe, la parte del sistema nervioso que lucha por darle sentido a todo, el cerebro humano.

De esta conexión nace una amistad preciosa e inseparable. Dentro de nuestro sistema nervioso existe una pareja un tanto extraña capaz de crear maravillas cuando conecta bien. Maravillas que se dan cuando somos capaces de saber asimilar tanto los estímulos que se producen en nuestro cuerpo como los que se producen dentro de nuestro cerebro, en nuestra mente. Cuerpo y mente, una preciosa pareja capaz de hacernos sentir por nosotros mismos una preciosa cualidad: la empatía.

Algunos estímulos físicos pueden dar lugar a sentimientos, reflexiones o pensamientos. Igualmente, los sentimientos, reflexiones o pensamientos fabricados en nuestra cabeza nos pueden aportar sensaciones a nivel físico.

De este modo, algo externo y físico, como una caricia, nos puede evocar hacia sensaciones internas que nos hagan tener sentimientos y pensamientos, como por ejemplo, sentir afecto hacia alguien.

Y exactamente igual, algo interno como una profunda reflexión, nos puede hacer tener sensaciones físicas externas como, por ejemplo, ganas de llorar o la llamada carne de gallina. Incluso puede hacernos tomar decisiones que repercutirán directamente en nuestro cuerpo.

Esta pareja es inseparable porque hay ocasiones en las que no se puede concebir lo que proporciona uno sin lo que provoca en el otro. Es difícil imaginar que entendemos las sensaciones que nos produce nuestra canción favorita sin que nos excite, nos haga pensar o nos tranquilice. Tampoco sería muy congruente entender que te fundes en un sentido abrazo con alguien y no se te estremecen las carnes ni exhalas un profundo suspiro de alivio y cariño. Lo que sientes en tu mente puede estar muy ligado con lo que sientes en tu cuerpo, y al revés.

Sin embargo, hoy en día las sensaciones están por todas partes. Las necesidades son cubiertas antes casi de aparecer, y ese es un duro golpe para nuestro sistema nervioso, algo que perjudica la conexión entre nuestro cuerpo y nuestra mente. Un golpe que los atrofia por exceso. Tenemos demasiadas sensaciones como para poder valorarlas como lo que son, algo real.

Sentimos demasiado, tenemos demasiados estímulos al alcance y dejamos de valorar lo que realmente suponen o podrían suponer esos estímulos en nuestra vida. De este modo, la empatía se convierte en una sensación extraordinariamente difícil de sentir. Me explicaré de una forma fácil:

-Estamos comiendo en nuestra casa, mientras suena de fondo una serie de televisión. Intermedio. Anuncio de una ONG o alguna asociación pro-Derechos Humanos. Nos dicen que en países del tercer mundo mueren al día cientos de niños por hambre y enfermedades. Cucharada de sopa. «Ay que ver, no hay derecho». Masticamos un trozo de pan. Anuncio de tráfico, con una escena de una colisión frontal en primer plano. Bebemos para tragar. Vuelve la programación habitual. Nos reímos con el primer chascarrillo de la serie de turno.

En este corto espacio de tiempo hemos tenido estímulos externos suficientes como para provocar al menos una pequeña reflexión en nuestro interior. Reflexión que, en un caso extremo, podría incluso modificar sensiblemente el rumbo de nuestra vida. Pero no ha sido así. ¿Por qué? Porque vemos demasiados anuncios como esos. Escuchamos demasiado sobre desgracias ajenas, y ya es repetitivo. Cansino, si me apuras. Aburrido, falto de emoción aunque seamos conscientes de que son cosas reales.

Otra estampa:

-Vamos caminando por la calle, y nos detenemos en un semáforo que está en rojo para peatones, verde para coches. Pasado el tiempo establecido, se torna en verde para peatones y ámbar (precaución) para coches. Un coche con un conductor demasiado estresado se pasa de frenada confundiendo ámbar con verde, invade el paso de cebra y atropella a un anciano dos metros delante de nosotros. Tragedia. Decenas de personas se agolpan en el escenario mientras los más rápidos en reflejos intentan socorrer al anciano, pero es tarde, el buen hombre está reventado por dentro, dejando sangre a escasos centímetros de nuestros zapatos. Aún podemos verle el rostro, con los cojos abiertos de par en par y la cara desfigurada boca arriba.

En este fugaz momento, sin duda impacta mucho más la trágica y rápida muerte de un anciano de clase media que la lenta y agónica muerte de cientos de niños todos los días. ¿Por qué? Porque eso nos toca de cerca, es algo que puede que no nos pase nunca. Y es real.

Presenciar un grave accidente de tráfico es un hecho aislado al que no estamos acostumbrados y, debido a ello y a la gravedad de la situación, nuestra forma de ver la vida de una u otra forma puede cambiar. Tomamos consciencia de la gravedad de ciertas situaciones sólo al tenerlas delante de los ojos. A veces hay que tener demasiado cerca el dolor de otros para sentirlo como propio.

Casos como estos dos ejemplos que he expuesto pasan a diario en cientos de vidas de personas como tú y como yo, aunque quizás no signifique mucho para nosotros porque aún no nos ha tocado vivir ninguno similar.

Quizás nos demos cuenta por culpa de un accidente de tráfico como ese. Tal vez lo vivamos el día en que logremos superar un cáncer y decidamos dedicar una pequeña parte de nuestra vida a ayudar a la gente que ha pasado por ese trauma. O cuando, debido a la crisis, nos veamos obligados a pedir o robar para mantener a la familia. Quizás lo vivamos el día en que una persona querida se nos muera debido a una negligencia o a una injusticia.

Es extraordinariamente difícil tener la fuerza mental para coger las riendas de nuestra vida sin que haya una circunstancia fatal que nos haga tomar conciencia de lo importante que es hacerlo. Muy pocos lo logran. Hay que tener una empatía y una voluntad enormes.

Hasta entonces, y para la mayoría de nosotros (los no tan fuertes)  lo normal es que sigamos viviendo con sucedáneos de sentimientos, con sucedáneos de sensaciones, con sucedáneos de reflexiones. Lo normal es que no sepamos asimilar ni valorar los estímulos externos e internos que hay a nuestro alcance. Lo normal es que sigamos viviendo con el sucedáneo de una vida completa.

O quizás no. Quizás nuestro cuerpo y nuestra mente nos haga sentir por nosotros mismos la empatía y queramos hacerlo sin que tenga que ser la vida la que nos obligue.

Pero sólo quizás.

Conciencia, Economía, Filosofía, Reflexión

Invertir en vida

Puede pensarse que alguien a quien le guste la filosofía es más próximo a las letras que a las ciencias. En principio, no tiene por qué ser así. La filosofía es una compañera muy tolerante, y suele gustarse de conocer nuevos amigos de viaje, no necesariamente parejos en gustos con ella.

En mi caso, me sucedió con algo tan exacto e incuestionable como la economía. Esta ciencia tan compleja como importante ha sido casi mi única motivación a la hora de poder estudiar matemáticas, una asignatura que jamás en la vida he podido aprobar con facilidad.

Pero, dentro de la economía y de sus grandes ramas, hay algo que me enamoró desde el primer instante en que lo conocí. Era un complejísimo mecanismo mediante el cual podías poner en riesgo una parte de tu dinero, con el firme convencimiento de que al cabo de un tiempo y gracias a tus conocimientos e intuición, tu inversión daría frutos y la operación habría valido la pena. Me quedé prendado por la Bolsa.

Como suele ocurrirme con todo lo nuevo que conozco, le di vueltas durante un tiempo al concepto y naturaleza de los mercados de valores, y tardé muy poco en llevarme una gran sorpresa. Pese a lo descabellado de estas palabras,  vi que habían muchas similitudes entre las bolsas de valores y la vida de las personas.

Como su propio nombre indica, la Bolsa es un un gran mercado al que acuden tres tipos de personas: Los que quieren comprar, los que quieren vender y los que median entre unos y otros. Tanto en la vida real como en el parqué, puedes tener cualquiera de los tres papeles y, para que tu esfuerzo tenga recompensa, deberás jugar tus mejores bazas.

En la Bolsa se invierte capital (dinero) mientras que en la vida, además de dinero, se invierten tiempo y esfuerzo. Las tres cosas son finitas, y de la correcta inversión de ellas dependerá cómo salgas de esta travesía económica y vital.

En la Bolsa debes invertir en un valor que te de ciertas garantías de rentabilidad. Esto quiere decir que el dinero que inviertas, has de meterlo en un valor que te vaya a proporcionar beneficios. Estos beneficios pueden venir básicamente en forma de revalorización o en forma de dividendos, e incluso de ambas formas a la vez. Obtener dinero sólo mediante dividendos es conservador y poco arriesgado, requiere de mucho tiempo y dinero, por lo que lo más atractivo para salir ganando a corto plazo con este juego es apostar. Apostar a que lo que tú compras se revalorizará en un futuro, valdrá más y podrás venderlo. De tu habilidad a la hora de invertir tu dinero dependerá que acabes ganando o perdiendo con esta operación.

Aunque parezca raro, la vida tiene cosas muy similares:

En la vida, además de tu dinero, tienes tu tiempo y tu esfuerzo para invertirlo en lo que desees. Al igual que en la Bolsa, en la vida también ganarás o perderás dependiendo de donde inviertas tus valores. También como en la Bolsa, tienes varias maneras de invertir según el plazo, la rentabilidad y el riesgo que contemples.

Así pues, puedes actuar de forma más conservadora invirtiendo tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo en cosas que seguro, a largo plazo, te reportarán ganancias. Establecer una pareja formal, obtener un trabajo, crear una familia y adquirir posesiones son inversiones que, como los dividendos, en la mayoría de los casos te otorgarán beneficios seguros a largo plazo. Lo que ocurre es que, ese largo plazo a veces es muy largo, y al final los beneficios pueden no ser tantos como nos creíamos.

Para los que no gustan de apostar sobre seguro, en la vida puedes también invertir de una forma más arriesgada; dando tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo a cosas que, pese a ser menos seguras, pueden reportarte beneficios inmediatos. Tal vez no tengas pareja ni quieras tenerla y tampoco poseas una rutina estable de vida. Incluso puede que te dediques, si la vida te deja, a disfrutar de todo sin atender a obligaciones.

También puede ser que a tu tiempo, a tu dinero y a tu esfuerzo no le otorgues un gran valor. Por lo tanto, ni siquiera te molestarás en invertirlos. Se evaporarán poco a poco, y es posible que para cuando quieras invertir ya no tengas muchas opciones fiables. No obstante, lo principal es darse cuenta de que lo que tienes, lo tienes para gastarlo. O para invertirlo. Que lo hagas antes o después será importante, pero sobre todo será importante el hecho de que algún día tomes auténtica consciencia de ello.

En el mercado financiero actual, a no ser que hubiera alguna OPA importante o algo parecido, ni se me ocurriría invertir en Bolsa. De hecho, aunque volviéramos a los tiempos de bonanza económica no sabría qué aconsejar a un conocido que me pida opinión acerca de una inversión.

Sin embargo, a la hora de invertir en la vida lo tengo bastante más claro. Tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo se verán recompensados si te decides a coger las riendas de tu existencia y apuestas fuerte por una inversión vital.

Invertir en vida es un concepto personal, maleable, casi íntimo.

Lo que más claro hay que tener para invertir en vida, es que el principal objetivo es conservar la propia vida. Tal vez sea una perogrullada, pero ninguna inversión nos dará beneficios si no estamos vivos para poder disfrutarlos. Por lo tanto, una buena parte de tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo deben ser invertidos en conservar una buena salud y una buena calidad de vida.

Igual que en la Bolsa, puedes invertir con pequeños gestos como tener prudencia en el tráfico o no cometer excesos. Si deseas invertir de forma más agresiva puedes además hacer ejercicio constantemente o cuidar tu alimentación con una dieta sana y equilibrada. Tú decides cuanto invertir, pero ésta es una de las apuestas más rentables, y es importante hacer una buena inversión porque la salud es una de las cosas fáciles de conservar pero también muy fáciles de perder. Antes de invertir en otra cosa, contempla hacerlo en esto.

A partir de ahí, la vida te ofrece un amplísimo abanico de posibilidades donde elegir. Sin saberlo, e incluso sin quererlo, constantemente estamos invirtiendo en cosas poco rentables y con mucho riesgo. Lo normal es que estas operaciones den pocos o muy pocos beneficios. Después de esas inversiones, y con el tiempo, dinero y esfuerzo disminuidos, contemplar nuevos valores donde invertir con seguridad se antojará más complicado, debido a los anteriores fracasos.

Por eso, tanto en la Bolsa como en la vida, has de estar al tanto de cómo van tus inversiones. No puedes dejarlas tiradas y esperar que crezcan, porque es probable que lo hagan, pero también es muy probable que cuando quieras recuperar la inversión no obtengas lo esperado. De este modo, es importante reflexionar de vez en cuando si estamos otorgando nuestro tiempo, dinero y esfuerzo a cosas que nos estén dando algún rendimiento positivo. Es muy importante darse cuenta de cuando una inversión está yendo mal, para sacar lo que tengas metido en ella y poder invertirlo en otro sitio mejor a la mayor brevedad posible.

Cuando has invertido en salud y calidad de vida, y una vez al tanto y conforme de todas tus inversiones actuales, hay pequeñas grandes gangas que conviene tener muy en cuenta.

Estas gangas, chicharros en argot financiero, son en la Bolsa un tipo de valores que, por diferentes circunstancias del momento, aumentan mucho su valor en poco tiempo, en apenas unos días o incluso menos. Obtener un gran beneficio adquiriendo estos valores es rápido y poco costoso, pues no necesita de una gran inversión, aunque también tiene el riesgo de bajar con facilidad igual que ha subido. No obstante, no es nada fácil encontrar un chicharro, y hay que tener mucha información y estar muy avispado para poder cazarlos en su momento óptimo y venderlos en el instante preciso.

Al igual que con otros conceptos, aquí también tenemos una gran similitud con la vida. Tenemos delante innumerables chicharros de gran rentabilidad que necesitan poco tiempo, esfuerzo y dinero para darnos grandes satisfacciones. No obstante, no es fácil captar la importancia de esos momentos ni saber aprovecharlos por lo bellos y únicos que son.

Disfrutar de una agradable charla con un anciano es algo que apenas nos requiere de un ratito de tiempo, nada de esfuerzo y cero euros. Sin embargo, puedes obtener muchísimo de ella.

Otros chicharros en la vida pueden ser pequeños instantes donde des un agradable paseo por un bonito lugar. O tal vez un rato de juego con tu mascota. También puedes obtener un gran rendimiento cocinando y/o comiéndote un suculento plato. O pasando una amena tarde con algunos amigos. Hasta con el simple hecho de mostrar una bonita sonrisa tienes mucho que ganar. Y también, por supuesto, el sexo es una de las mejores cosas en las que puedes invertir.

En la vida hay millones de sensaciones a nuestro alcance que podemos disfrutar a cambio de muy poco. Inversiones estupendas, pero difíciles de ver pese a que están delante de nosotros.

Pero, al igual que podemos obtener grandes beneficios invirtiendo bien nuestro tiempo, dinero y esfuerzo, es inevitable que la suerte juegue un papel fundamental en la mayoría de nuestras inversiones, financieras y vitales.

Es injusto, es la mayor de las putadas, pero en este mercado no tenemos todo el control. Una parte importante de nuestro éxito va a depender de las casualidades, del caos, de las reacciones en cadena. Aún así, podemos estar contentos porque hay quien no tiene prácticamente nada que invertir. Hay quien forma parte del circo, pero en los papeles secundarios, tras los números rojos de los índices bursátiles.

Por lo tanto, mientras sigas teniendo algo que invertir, piensa bien donde hacerlo. Ten en cuenta que en tus inversiones puedes perder y ganar, pero también puedes provocar que otros ganen y pierdan.

Por eso creo que hay que invertir en vida, porque la vida tiene muchos beneficios que darnos, a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Hay riesgo, pero hay que asumirlo porque a la vida se le puede sacar mucho jugo.