Conciencia, Naturaleza, Recuerdos, Reflexión

Un momento de atención

Déjame que te hable de un momento.

Es un momento increíble y maravilloso, que siempre está a nuestro alcance pero que no siempre podemos ver. Se trata de un instante mágico, un momento en el que se pueden llegar a tener sensaciones que ni siquiera hemos imaginado. Un momento que puede transformar tu vida para siempre.

Captar toda la magia de este momento por primera vez y a propósito, tal vez no sea tarea fácil. Para poder inmiscuirte de pleno en él y disfrutar todo lo que puede ofrecerte, será necesario ejercitar una de nuestras capacidades más valiosas, y a veces menos utilizadas. Estoy hablando de la atención.

A nuestro alrededor hay continuos bombardeos de información. Luces, sonidos, olores, pensamientos, conversaciones y toda clase de percepciones que nos tienen en un estado constante de distracción. Una especie de alerta continua y confusa que si no sabemos llevar, puede ocasionarnos altas dosis de estrés.

Muchas veces, cuando apenas hemos empezado a hacer alguna cosa, es probable que en poco tiempo suceda algo que nos distraiga y nos haga atender otro asunto. Una llamada a la puerta o al teléfono, el ruido de un vecino, el ajetreo del tráfico o el vuelo de una mosca. A veces, cualquier cosa vale para distraernos y perder la atención, y con ella la posibilidad de sentir, aprender y disfrutar todo cuanto hay a nuestro alcance. Y lo que hay a nuestro alcance es  muchísimo.

A menudo nos parece que somos torpes o que cometemos demasiados errores, y buena parte de ellos suceden porque hay tantas distracciones a nuestro alrededor (y dentro de nosotros) que se produce un déficit de atención en muchas de nuestras acciones. A veces, también, nos aburrimos y buscamos una distracción o un entretenimiento, sin saber la cantidad de cosas fascinantes que están ocurriendo o que podríamos hacer en ese mismo instante y a las que no estamos prestando ninguna atención.

Ejercitar la atención puede parecer algo complicado, pero en realidad es algo bastante simple. Yo diría que incluso es una de las cosas más fáciles, y es que para prestar atención primero hay que dejar de prestarla. En otras palabras, hay que intentar dejar de pensar. Quedarse empanado. Pasar de todo. Eso que llaman “dejar la mente en blanco”.

Es importante comprender la importancia de parar un instante y dejar de recopilar información del exterior para poder rescatarla de nuestro interior. Para ver con otros ojos lo que acontece. Si tratas de dejar de pensar en cosas que han pasado o que pueden pasar, podrás fijarte en lo que ahora está pasando. «Si lloras porque no ves el sol, tus lágrimas no te dejarán ver las estrellas».

Prestar atención puede convertirse en algo natural dentro de nuestra actitud, una vez hayamos aprendido a hacerlo y a sentirlo.

Piensa en el paisaje más bonito que hayas podido contemplar nunca. Ese lugar que viste un día y que te pareció lo más maravilloso del mundo. Todos hemos tenido alguno. También puedes pensar en esa noche estrellada, despejada y tranquila que nunca has podido olvidar. O si lo prefieres, puedes pensar en la experiencia de tu primer beso con la persona que amabas. Piensa en algún momento tan maravilloso que te haya marcado para siempre.

Ahora trata de recordar aquel momento e intenta averiguar qué pensabas justo en esos instantes, en los que sabías que estabas viviendo una experiencia única. Lo más probable es que no estuvieras pensando en nada concreto, y que no hubiera nada en tu cabeza que te distrajera de sentir la belleza de aquello. En aquel momento, estabas dejando de pensar en cosas irrelevantes y estabas empezando a sentir las cosas verdaderamente importantes de la vida. No estabas dedicando recursos de tu mente a las experiencias previas ni a las futuras. Te estabas dedicado casi por completo a la atención.

Lo complicado del asunto reside en comprender que cualquier momento que vivas puede llegar a ser tan maravilloso como aquel paisaje, aquella noche estrellada o aquel primer beso. Lo verdaderamente difícil de la cuestión es meterse de lleno en lo que puedes sentir sin dejar que las sensaciones se colapsen entre sí. Sin dejar que la información que te viene de todas partes te haga volver a confundirte. Sin dejar que las lágrimas te impidan ver las estrellas.

Cuando somos pequeños, la mayoría de cosas nos asombran y nos maravillan. Todo es gigantesco, fascinante, novedoso e increíble. Con el paso del tiempo, nos acostumbramos tanto a lo que nos rodea que todo acaba pareciendo parte de un decorado de televisión, que está puesto ahí pero con el que no interactuamos y del que, por supuesto, no nos sentimos parte.

En el transcurso de nuestra constante distracción, la monotonía convierte en vulgar lo que una vez nos pareció maravilloso, y que sigue siéndolo aunque ya no nos lo parezca. Comprender que sigue siendo maravilloso dependerá de la atención que le prestemos. Como ya he dicho, prestar atención algunas veces puede ser complicado. No obstante, con un poco de interés se puede convertir en algo muy fácil.

Por ejemplo, observa como las hojas de un árbol se mecen con una suave brisa. Trata de captar su relieve mientras se mueven en una danza caótica pero perfectamente sincronizada. Mira como el aire marca el compás y modela a su antojo las formas que las hojas van dibujando. Observa la profundidad de su forma, su lugar en el espacio y los contrastes de la luz cuando las hojas se mueven a un lado y a otro. Reduce las revoluciones de tu mente y baja hasta la velocidad de esa brisa que está bailando con el árbol y sus hojas. Fíjate en todos los detalles.

Ahora aleja un poco el zoom de tu mirada e intenta observar más allá de las hojas y del árbol. Intenta captar todo lo que hay a tu alrededor con la misma claridad y profundidad con la que has podido ver las hojas bailar con el viento. Intenta captar la armonía del paisaje. Es una sensación casi hipnótica.

Entonces, la vida se ve mucho mejor que en una pantalla Full HD 1080 y te proporciona más emoción que el más avanzado de los videojuegos en 3D a los que puedas jugar. De repente, en un momento en el que a ojos de los demás puede parecer que no estás haciendo nada, puedes estar prestando atención a un montón de cosas que están sucediendo a tu alrededor, y que son auténticas maravillas. Casi milagros.

Justo en ese instante, estás prestando la atención necesaria para vivir el momento del que quería hablarte. Ese instante de atención en el que puedes captar sensaciones que jamás antes habías experimentado. El momento en el que, sin estar pensando en nada concreto, los pensamientos se aclaran. La conciencia sobre tu propia existencia se amplía. El fugaz pero eterno pedazo de tiempo que puede cambiar para siempre tu forma de ver la vida. Tu forma de vivir.

Cierra los ojos y siente, lentamente, tu propia respiración. Nota los latidos de tu corazón. Estás aquí. Siéntete aquí. Se han tenido que dar millones de circunstancias para que tú puedas estar aquí y experimentar esto. Intenta captar la belleza de este momento.

Te estoy hablando de prestar atención al mejor momento de tu vida. Al que nunca se repetirá y al más maravilloso que puedes llegar a vivir. Al único que tienes.

Te hablo del momento presente.

Cualquier situación puede ser buena, cualquier lugar puede ser el adecuado y cualquier compañía puede ser la idónea; pero sólo tú podrás hacerlo. Sólo de ti depende.

Cuando aprendas a prestar atención en el momento presente, te sorprenderá todo lo que puedes sentir, todo lo que puedes hacer… y lo bien que lo haces.

No pienses en ello. Sólo siéntelo.

http://www.youtube.com/watch?v=DtQ-cc0yqxQ

Anécdotas, Conciencia, Naturaleza, Reflexión

Alegre réquiem natural

Escribir a veces da rabia. Cuando una sensación te ha llevado a reflexionar y escribes sobre ello, te expones a dejar unas impresiones que seguramente algún día cambien. Esto me pasa con la mayoría de cosas que escribo. Conforme pasa el tiempo y sigues viviendo y experimentando cosas, viejas o nuevas, aprendes. Por ese motivo, tu punto de vista se amplía o incluso puede cambiar. De hecho, el aprendizaje se basa en eso precisamente.

Cuando, después de muchos y muy buenos momentos rodeado de naturaleza y de sensaciones, escribí un texto acerca de todo aquello, quedé bastante contento del resultado. Pues bien, tan sólo un par de semanas después de escribir aquel artículo, tuve una experiencia que amplió con mucho todo lo que sentí y expresé en aquella ocasión.

Sucedió una maravillosa mañana de sábado, una de estas frías mañanas de uno de los inviernos más fríos que recuerdo en toda mi vida. Durante este último invierno, el tiempo ha sido especialmente gris y lluvioso.

Peleándome con el insomnio, por fin un día conseguí levantarme realmente pronto, a las siete de la mañana. Había estado todo el día anterior lloviendo sin cesar y aquella mañana de sábado se presentaba nublada y antipática. Había un ligero pero constante y frío viento de levante en el levante valenciano, y todo el paisaje lucía absolutamente mojado. Eso sí, aunque los caminos estaban llenos de charcos, ya no llovía. Esta situación es para la mayoría de nosotros un tiempo horrible que no invita para nada a salir del hogar. El típico tiempo que te jode los planes de un fin de semana y te puede intoxicar con el cine de sobremesa que hacen en la televisión.

No obstante, la alegría de vencer al insomnio me dio fuerzas para armarme de valor y salir a correr un poco. El ambiente decía no, y tal vez precisamente por eso yo me empeñé en decir sí.

No sin música, emprendí la marcha por los caminos del paisaje campestre entorno al cual tengo la gran suerte de vivir. Tenía que ir sorteando los charcos y cuidándome de las rachas de viento que podían ser realmente molestas. En un momento así, con tu banda sonora preferida de fondo, te puedes arriesgar a una posible pulmonía pero también a disfrutar un gran abanico de sensaciones.

Me costó un poco calentar el cuerpo por lo intempestivo del temporal, pero era una experiencia nueva y yo tenía muchas ganas de vivirla. Una vez te has alejado tanto de casa que te da pereza volver, tu cuerpo entra en calor y el clima ya importa menos. Si logras no arrepentirte de haber salido en los primeros minutos, tienes la ocasión de poder vivir una experiencia que, como he dicho antes, puede ampliar otras que has tenido antes, sin tener que invalidarlas en absoluto. Sumando.

De repente, en el mp3 sonó una música especial. Un tema que puso título y banda sonora a una película durísima que me impactó como pocas lo han hecho:

Aquella mañana, la naturaleza se podía sentir tan viva o más que cuando está en calma y armonía. El viento hacía mecerse todo el paisaje al unísono y podías notar su fría temperatura en una clara situación de superioridad frente a ti.

Conforme los iniciales y pausados acordes de Requiem for a Dream dejaban entrever la preciosidad y dureza de esta pieza, me paré y contemplé el paisaje de mi alrededor, igualmente majestuoso. El cielo se oscurecía poco a poco mientras los enormes nubarrones se juntaban lentamente unos a otros como gigantes algodones de azúcar grisáceo. Se podían ver las montañas de alrededor cubiertas de un precioso y fino manto de nieve, en armonía con el tiempo de perros que hacía.

Lo que entraba por mis orejas era tan bello como el imponente entorno, el cual te dejaba sentir sus fríos y constantes movimientos gracias al viento. Parecía que la música y la naturaleza quisieron ponerse de acuerdo. No sé cual de las dos cosas era más impresionante. Las ramas de los árboles se dejaban guiar por el aire al son de los desgarradores sonidos de las cuerdas. La fría temperatura se unía a tan vivo paisaje recordándote que, aunque suela estar en calma, el entorno siempre está vivo y tú puedes notarlo.

Impresionado, no podía dejar de mirar a mi alrededor con la boca abierta mientras, tanto la sinfonía como el paisaje, se iban recrudeciendo de una forma lenta, constante y armónica. Las rachas de aire frío secaban con rapidez el sudor de mi frente y me enfriaban poco a poco, mientras mi mente seguía seducida por los compases de la música y la maravilla del entorno. Los escalofríos se esparcían a lo largo y ancho de todo mi cuerpo.

No importaba lo incómodo que resultara estar allí en medio, lo que estaba sintiendo en esos momentos estaba haciendo trabajar todos mis sentidos. La humedad del ambiente se podía sentir, oler y hasta saborear. Los pulmones disfrutaban al llenarse de aquel aire tan puro como gélido. El paisaje se iba oscureciendo lentamente, revelando la gran cantidad de contrastes lumínicos que provocan los enormes nubarrones, mientras el frío viento volvía locos a árboles y arbustos.

Cuando tomé consciencia de lo que me rodeaba, recordé que estamos a merced de los elementos, y es algo que siempre debemos tener presente. Ocasiones así vienen bien para recordarlo.

Esa mezcla del gris paisaje con aquellos impresionantes acordes de fondo me hizo notar la otra cara de la naturaleza, el lado desgarrador y majestuoso que te hace sentir toda su increíble presencia de una forma más excitante que en una mañana de clima soleado y tranquilo. El ambiente era de lo más inapetente, pero aún así la experiencia fue gratificante e increíble. Algo tan absurdo como coger el día que peor tiempo hace y salir a dar una vuelta. Tan simple, tan bonito y tan loco.

Esa experiencia me ha servido para sentir una pequeña parte de lo increíble que puede ser disfrutar de la naturaleza, aunque las circunstancias no lo hagan atractivo. Ha ampliado aquel punto de vista que ya tenía, como cada día puede pasarnos con multitud de cosas distintas, si estamos dispuestos a vivirlo.

El insomnio no me dejaba dormir bien, pero me invitó a soñar en una fría mañana de sábado invernal. Y a vivir un alegre réquiem en ese sueño.

«Una sola puerta de tres abierta.

Una sola puerta.

En frente la montaña,

pasa la nube inmensa.

Toda suya. Todo suyo.

Huracanes de vientos,

lluvia andante semiparalela

y en todo el monte funerales alegres naturales,

de hojas muertas.

Llegó el otoño, llegó la muerte.

Hoy morirán hojas y animales,

mas no morirán del todo,

serán con la pobredumbre de su muerte,

para la tierra de su muerte.

Pasado mañana,

brotes de esperanza.

¡Que yo no he muerto!

¡Me alegro de la lluvia, y me alegro del viento!

Si tengo frío, ¡me caliento!

Si tengo miedo, ¡que no lo tengo…!

… susurro y pienso.

Y por las mañanas

ya me he comido mi pequeña ración,

de esperanza.

Una sola puerta de tres abierta.

Una sola puerta,

inmensa.»

Intro del poeta Manolo Chinato en Jesucristo García, de Extremoduro.


Conciencia, Naturaleza, Reflexión

Como el beso de una madre

Fuera de los entresijos de la vida cotidiana, a kilómetros del tráfico y el estrés diario, se encuentra un edén donde el aire es tan puro como el cariño de una abuela. Cuando te alejas de la casa, del trabajo y de la burbuja que supone una sociedad moderna, hay una puerta invisible que te saca de un mundo rápido, complicado y competitivo para llevarte a un lugar donde todo parece estar en una asombrosa y sincronizada armonía.

Es entonces cuando nuestro corazón reduce sus revoluciones y deja de ir al ritmo de los coches, de la bronca de tu jefe o del disgusto de la economía. Es justo en ese momento cuando nuestros sentidos son capaces de expulsar todas las toxinas acumuladas en la ciudad, y volver a transpirar sensaciones que sólo pueden experimentarse con la paz que otorga escuchar el sonido de la naturaleza.

En ese momento y tal vez sólo en ese momento, podemos sentirnos como una parte de esa Tierra que nos ha visto nacer y que nos acogerá al final de este ciclo y al principio del siguiente.

Es en contacto directo con la naturaleza cuando un ser humano capta su esencia misma, y la de todo lo que hay a su alrededor. Todo lleva su propio ritmo. Lento, constante, sincronizado, imperceptible. Vivo. Perfecto.

Cuando estás en pleno contacto con el medio natural sin pensar en ninguna otra cosa que no sea sentir, te das cuenta de que eres una pieza más del precioso engranaje de vida. En esos momentos te sientes feliz simplemente por poder estar sintiendo esas emociones, feliz de que tus sentidos puedan percibir con claridad todos los estímulos a su alcance. Te sientes feliz por estar vivo.

Todos los sentidos se ponen a trabajar rápidamente. Sentimos la calidez del tibio sol de la mañana y la caricia de la brisa fresca. Sentados en un manto verde natural, observamos a nuestro alrededor mientras aspiramos lenta y profundamente para oxigenarnos con el purísimo aire del campo. Huele mejor que la ciudad. Se pueden escuchar orfeones de pajarillos que, perfectamente sincronizados, pían caóticas melodías acompañadas de fondo con el sonido de las hojas de los árboles mecidas por el viento. Aprovechamos para beber agua, refrescarnos y descansar.

Es una situación casual en un entorno natural que puede estar desde Buenos Aires hasta Villanueva de la Jara, provincia de Cuenca. En cualquier rinconcito de la geografía podemos disfrutar de una breve pero intensa experiencia, siempre que estemos dispuestos a sentirla y disfrutarla.

Justo en ese instante, cuando estemos en pleno contacto con el medio natural, puede que nos sintamos en deuda. Si esto ocurre, significará que estamos empezando a respetar esta Tierra que nos dio la vida, y que es capaz de quitárnosla cuando le venga de provecho.

La grandeza del paisaje nos recuerda de donde venimos y a donde vamos a ir. Polvo eres y en polvo te convertirás. Si la ciencia no dice lo contrario, físicamente estamos de paso por aquí.

En esos instantes de plenitud sensorial, y sintiéndonos en armonía con el entorno, es la ocasión ideal para sentir todas las formas de vida como propias, porque en realidad todos estamos jugando al mismo juego. La vida es un continuo reciclaje.

El día en que dejemos de correr y nos paremos a sentir todo eso, nos dará mucho que pensar, y mucho que vivir. Muchos motivos para cuidar la naturaleza, para demostrar que la queremos de verdad.

Recibir el beso de la naturaleza y tener ganas de devolverlo es una experiencia única, porque madre no hay más que una.