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El poder de los amarillos

Vivir en sociedad hace que las personas estemos en un contacto permanente entre nosotros. Nos estamos relacionando continuamente todos los días, muchas veces sin darnos cuenta, puede que incluso de forma mecánica o inconsciente.

Conocemos personas muy a menudo, durante todas las etapas de nuestra vida. Inicialmente, convivimos con un núcleo familiar entorno al cual se forjan y ramifican buena parte de nuestras relaciones personales futuras. A través de nuestra familia y de los lugares por los que ésta nos guía (residencia, colegios, vacaciones, actividades extraescolares…) vamos conociendo muchísimas personas a lo largo de los años, algunas de las cuales llegan a ser realmente muy importantes en nuestra vida.

Generalmente, con la llegada de la adolescencia y la juventud, adquirimos cierta independencia a la hora de conocer a personas ajenas a nuestra familia. Pasamos mucho más tiempo fuera de casa que cuando eramos niños, y ello nos posibilita seguir conociendo gente. Gente a través de la cual conoceremos otra gente, y a través de ellos otros tantos.

A lo largo del tiempo, iremos conociendo cada vez más y más personas. Conoceremos más y más cosas. Algunas de estas personas pasarán de forma inadvertida, otras se quedarán durante algún tiempo y otras, las que menos, nos cautivarán y se quedarán con nosotros para siempre.

Tantas serán las personas que conoceremos, que nos veremos obligados a elegir. Habrá muchas que, forzosamente, tengan que quedar fuera de nuestra vida. Es muy posible que esto nos suceda con alguna persona que realmente nos haya llamado la atención, pero que por circunstancias no hayamos podido o tenido interés suficiente en conocer de verdad.

Incluso puede ser que detrás de muchas de las personas que han pasado de puntillas por nuestra vida, esas a las que directamente no hemos prestado atención, se escondiera alguien con quien podríamos haber tenido una gran conexión. Un aprecio sincero y honesto, un maravilloso intercambio de ideas, una preciosa amistad o un apasionado amor. Hasta es posible que una heterogénea mezcla de todos estos sentimientos. Es realmente muy posible que, de entre todas las personas que han entrado y salido de nuestra vida, hayamos perdido a más de un amarillo.

Conocí el concepto de «amarillo» hace ya varios años en una entrevista de televisión a Albert Espinosa, cuyo más famoso trabajo es el guión de la película Planta 4ª, basado en hechos reales de la vida del propio Albert.

En aquella entrevista contaba con gran naturalidad las circunstancias que vivió durante los años en que el cáncer le obligó a vivir en un hospital. Una enfermedad que le diagnosticaron con sólo 14 años y que logró superar por completo a los 24. Como él mismo considera, «los años más importantes de una persona: cuando crece, madura y adquiere las primeras bases sobre las que construirse».

Espinosa era un tipo que, pese a haberse tirado media vida en un hospital, rezumaba optimismo y buen rollo. Le faltaba una pierna, un pulmón y medio hígado, y él estaba sonriente y encantado de la vida contando como, el día anterior a que le amputaran la pierna, le hicieron una gran fiesta de despedida a la propia extremidad. Una vida que habría traumatizado a cualquiera, a él le hizo madurar y darse cuenta de que elegir el camino del dolor permanente es lo más fácil y, a menudo, lo menos productivo.  El dolor a veces es necesario para aprender a perder, pero él, como demuestran sus palabras, es fundamentalmente optimista.

Hablaba con tanta humildad y tan pocas pretensiones que resultaba realmente agradable de escuchar. Era una persona «famosa», pero no desprendía falsa modestia, ni se preocupaba de ser políticamente correcto. Con respeto, pero sin falsedad. Debo admitir que, sin conocerlo de nada, Albert Espinosa me pareció un tipo de puta madre. Además, extraordinariamente sensible y bueno comunicando, pues no es nada fácil relatar con tanta normalidad todas las cosas buenas y malas que le pasaron en el hospital.

En todos esos años de reclusión, decidió continuar con sus estudios, seguir construyéndose a sí mismo, madurando y descubriendo cosas. Una de las grandes cosas que descubrió fue un nuevo sentimiento, un nuevo tipo de personas con las que relacionarse. Se trataba de los amarillos.

El concepto de «amarillo» toma su nombre, según el propio guionista, por el color del sol. Como el amarillo sol, también hay un tipo de personas que nos dan calor y nos iluminan, y es por eso que les denomina amarillos en lugar de «amigos» , «familiares», «compañeros» o «pareja». Y no es un término aplicado exclusivamente a personas, pues las vivencias de su pasado le llevaron a escribir el libro El mundo amarillo con relatos y consejos para la vida basado en sus experiencias.

En palabras del propio Albert, los amarillos son «aquellas personas que son especiales en la vida de alguien, que se encuentran entre el amor y la amistad y que no es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos […]Gente que consigue cambiarte, que te lo encuentras una vez en una ciudad, o en un aeropuerto, y te comprende. Los amarillos para mí son los amigos del nuevo siglo”.

Un amarillo puede ser, por tanto, cualquier persona en cualquier momento y en cualquier lugar. Alguien que conoces yendo de fiesta, esperando el autobús o haciendo cola en el supermercado. Tu compañero de pupitre o tu profesora de matemáticas. Un primo, un amigo de la infancia. Alguien que puede triplicarte la edad o a quien tú se la tripliques. Alguien anónimo con quien sólo cruzas unas frías líneas en Internet.

Las conexiones, casualidades y causalidades de todas las personas que se han cruzado en «nuestro» camino, y el interés que éstas han causado en nosotros, han ido formando nuestras relaciones personales actuales. En estas relaciones personales, no debemos subestimar la importancia e influencia que un amarillo puede tener en nosotros.

Podemos relacionarnos mucho con personas que no nos aporten demasiado y podemos tener una sola conversación con un amarillo que nos haga aprender, cambiar y mejorar cosas de nuestra vida. Sólo es cuestión de darse cuenta de cuando tenemos delante alguien que puede ser, y del que podemos ser, un amarillo.

Dicen que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo, nos faltarían manos para contar todos los amarillos que podemos tener.

«Tal vez deberíamos aprender algo de Newton: las personas, como los objetos, sencillamente caen. Pero nunca lo hacen bien o mal. Simplemente llegan, aparecen un buen día en nuestra vida como consecuencia de una cadena de causas y efectos.

Lo bueno o malo de su compañía debería ser inferido posteriormente, mediante esa forma de experimentación científica que en los seres humanos llamamos «trato».

Una persona nunca debe caernos mal cuando se produce el primer encuentro. Simplemente debe caernos».

Juan Carlos Ortega en «Buenos Días, Sócrates»

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La verdad sobre el sistema financiero

Hay una serie de verdades inocuas ante la razón. Del mismo modo que una mentira se intenta convertir en verdad repitiéndola mil veces, las verdades se dejan sueltas con tal libertad que acaban convirtiéndose en tópicos, y como tópicos que son, acaban tomados casi a broma.

Un ejemplo muy conocido de una mentira que se intenta convertir en verdad mediante la repetición podría ser el caso de las famosas armas de destrucción masiva de Irak, que jamás existieron pero que fueron tomadas por reales, y gracias a ese pretexto se llevó a cabo una invasión que, a día de hoy, se salda con cerca de un millón de civiles muertos.

Por contra, un ejemplo de verdad que se acaba desvirtuando es muy fácil de encontrar. Frases como «los políticos sólo quieren el poder» o  «somos esclavos de los bancos» expresan cosas tan fuertes y, en cierta medida, tan reales que me pregunto qué será exactamente lo que nos ha pasado para tener esta asombrosa  inmunidad ante frases que no deberían sino hacernos, como mínimo, reflexionar.

Que los políticos sólo quieran el poder o que seamos esclavos de los bancos son argumentos muy fáciles de desmontar para los políticos y para los bancos. Aplicando la lógica, ni todos los políticos ansían el poder ni somos realmente esclavos al servicio de los bancos. Por lo tanto esa fe ciega en que algunos políticos son honrados y en que los bancos nos sangran pero nos prestan un servicio vital para nuestra vida (créditos) hace que la maquinaria continúe, con los mismos políticos y con el mismo sistema bancario.

Tengo que confesar que me apasiona la economía. Es una de esas cosas que no busqué jamás, pero que me encontré de frente y estuvimos condenados a entendernos, pues en su día estudié Administración y Finanzas por el mero hecho de que para estudiar otra cosa debía desplazarme, y estudiar administración era lo más cómodo. Así que descubrí la contabilidad y el sistema financiero. Por el asco que le he tenido siempre a las matemáticas lo pasé bastante mal al principio, pero le cogí el gusto (todo es ponerse) y los números y las fórmulas ya no eran un obstáculo, sino que eran un mero trámite que me hacía incluso disfrutar mientras resolvía problemas que se podrían dar en la vida real.

Y luego llegó la Bolsa, mercado de capitales por excelencia. Ese fue el comienzo de todo para mí, conocer la Bolsa. Ese complicadísimo sistema de valores me llevó más allá de los meros números y fórmulas, me empujó a reflexionar sobre las raíces del sistema económico, sobre su importancia REAL en nuestro día a día. Sobre su influencia auténtica en lo que hoy en día es el mundo.

Supe que realmente en el planeta no hay tanto dinero material como el que figura en nuestras cuentas bancarias. Sería imposible que sacáramos todo nuestro dinero de los bancos. No porque no quieran dárnoslo, sino porque no lo tienen. No lo tiene nadie, en realidad. No existe tanto dinero, sólo existen sucedáneos en forma de cuentas bancarias, cheques, pagarés, obligaciones… etc. Pero dinero, dinero… lo que se dice show me the money, no hay tanto. No hay en realidad ni una décima parte, y eso es el más cálido y acogedor caldo de cultivo para la especulación económica. Para que, en pocas palabras, un dinero que no existe genere intereses, obligaciones de pago.

La economía es realmente complicada de entender. Un peñazo, un bodrio, una patada en los cojones si así quieres llamarlo. Si no hay algo de ella que te llame la atención cual bella dama, no entenderás nada porque hay mil mecanismos distintos para mil tipos de operaciones económicas, que a su vez tienen relación constante con el mercado y con las instituciones públicas y privadas. Es por eso que, además de difícil de entender, la economía es complicadísima de explicar.

Pero he aquí que en una anodina tarde de verano, con los ventiladores a punto de pedir la baja por estrés, veo la película Concursante. Un título que nadie relacionaría con economía, y que esconde tras de sí un film que para mí ha sido muy revelador, sobre todo por la simplicidad con la que ha explicado la tiranía del sistema económico capitalista basado en la financiación externa (bancos).

La peli va de un joven que gana un increíble premio en un concurso televisivo, valorado en 3 millones de euros. Una mansión, coches, un avión… pero ni un euro en metálico. Este gran premio supone todo un calvario para él, pues Hacienda le reclama casi la mitad del premio, considerando que su patrimonio personal ha aumentado en 3 millones de euros. Y a Hacienda no se le puede pagar en especie… así que pide un crédito al banco para pagar esos impuestos calculados sobre un dinero que él no tiene, pero de cuyo pago no puede eximirse. Todo se convierte en una diabólica bola de nieve hasta que conoce a un hombre que se dedicaba a dar conferencias sobre economía, y este le da una simple pero ilustradora charla acerca de como el sistema hipotecario se adueña de todo lo que tenemos, e incluso de lo que no tenemos. Siete minutos de vídeo imprescindibles para cualquiera que se haga preguntas acerca de la economía.

El obstinado premiado, cuyo papel interpreta genialmente Leonardo Sbaraglia, era profesor de Historia de la Economía. Cuando todo el bucle económico se adueña de su vida, de su trabajo y de su cordura, tiene una última charla «clandestina» a modo de revelación para sus alumnos, justo después de que le despidan:

– Cuando hay exceso de dinero sólo hay dos formas de equilibrio: O se hace desaparecer el 90% del dinero, es decir el ficticio, el que no es tangible (cosa que no va a suceder) o se suben los precios entre diez y quince veces, y así acabará todo. Cuando todo llegue a su fín -decía el profesor mientras Seguridad lo sacaba ya a la fuerza de su clase- harán una de estas dos cosas. ¡¡¡Esta es la verdadera explicación de los ciclos económicos!!!  Ese será el fin de todo, ¡Desconfíen! ¡Olviden lo que han aprendido -gritaba ya cual lunático desbocado- desconfíen de lo que saben, desconfíen de mí! ¡¡¡No crean en nada, no crean en nada!!!

Y es que este buen hombre sólo trataba de concienciar a sus alumnos para que no cometieran el mismo error que él, el de poner sus vidas en manos de una institución financiera.

Desconfiar puede ser una genial forma de hacernos preguntas, de aprender y, en consecuencia, de evolucionar. Por favor, tenlo en cuenta antes de pedir un préstamo.