Conciencia, Economía, Filosofía, Reflexión

Invertir en vida

Puede pensarse que alguien a quien le guste la filosofía es más próximo a las letras que a las ciencias. En principio, no tiene por qué ser así. La filosofía es una compañera muy tolerante, y suele gustarse de conocer nuevos amigos de viaje, no necesariamente parejos en gustos con ella.

En mi caso, me sucedió con algo tan exacto e incuestionable como la economía. Esta ciencia tan compleja como importante ha sido casi mi única motivación a la hora de poder estudiar matemáticas, una asignatura que jamás en la vida he podido aprobar con facilidad.

Pero, dentro de la economía y de sus grandes ramas, hay algo que me enamoró desde el primer instante en que lo conocí. Era un complejísimo mecanismo mediante el cual podías poner en riesgo una parte de tu dinero, con el firme convencimiento de que al cabo de un tiempo y gracias a tus conocimientos e intuición, tu inversión daría frutos y la operación habría valido la pena. Me quedé prendado por la Bolsa.

Como suele ocurrirme con todo lo nuevo que conozco, le di vueltas durante un tiempo al concepto y naturaleza de los mercados de valores, y tardé muy poco en llevarme una gran sorpresa. Pese a lo descabellado de estas palabras,  vi que habían muchas similitudes entre las bolsas de valores y la vida de las personas.

Como su propio nombre indica, la Bolsa es un un gran mercado al que acuden tres tipos de personas: Los que quieren comprar, los que quieren vender y los que median entre unos y otros. Tanto en la vida real como en el parqué, puedes tener cualquiera de los tres papeles y, para que tu esfuerzo tenga recompensa, deberás jugar tus mejores bazas.

En la Bolsa se invierte capital (dinero) mientras que en la vida, además de dinero, se invierten tiempo y esfuerzo. Las tres cosas son finitas, y de la correcta inversión de ellas dependerá cómo salgas de esta travesía económica y vital.

En la Bolsa debes invertir en un valor que te de ciertas garantías de rentabilidad. Esto quiere decir que el dinero que inviertas, has de meterlo en un valor que te vaya a proporcionar beneficios. Estos beneficios pueden venir básicamente en forma de revalorización o en forma de dividendos, e incluso de ambas formas a la vez. Obtener dinero sólo mediante dividendos es conservador y poco arriesgado, requiere de mucho tiempo y dinero, por lo que lo más atractivo para salir ganando a corto plazo con este juego es apostar. Apostar a que lo que tú compras se revalorizará en un futuro, valdrá más y podrás venderlo. De tu habilidad a la hora de invertir tu dinero dependerá que acabes ganando o perdiendo con esta operación.

Aunque parezca raro, la vida tiene cosas muy similares:

En la vida, además de tu dinero, tienes tu tiempo y tu esfuerzo para invertirlo en lo que desees. Al igual que en la Bolsa, en la vida también ganarás o perderás dependiendo de donde inviertas tus valores. También como en la Bolsa, tienes varias maneras de invertir según el plazo, la rentabilidad y el riesgo que contemples.

Así pues, puedes actuar de forma más conservadora invirtiendo tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo en cosas que seguro, a largo plazo, te reportarán ganancias. Establecer una pareja formal, obtener un trabajo, crear una familia y adquirir posesiones son inversiones que, como los dividendos, en la mayoría de los casos te otorgarán beneficios seguros a largo plazo. Lo que ocurre es que, ese largo plazo a veces es muy largo, y al final los beneficios pueden no ser tantos como nos creíamos.

Para los que no gustan de apostar sobre seguro, en la vida puedes también invertir de una forma más arriesgada; dando tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo a cosas que, pese a ser menos seguras, pueden reportarte beneficios inmediatos. Tal vez no tengas pareja ni quieras tenerla y tampoco poseas una rutina estable de vida. Incluso puede que te dediques, si la vida te deja, a disfrutar de todo sin atender a obligaciones.

También puede ser que a tu tiempo, a tu dinero y a tu esfuerzo no le otorgues un gran valor. Por lo tanto, ni siquiera te molestarás en invertirlos. Se evaporarán poco a poco, y es posible que para cuando quieras invertir ya no tengas muchas opciones fiables. No obstante, lo principal es darse cuenta de que lo que tienes, lo tienes para gastarlo. O para invertirlo. Que lo hagas antes o después será importante, pero sobre todo será importante el hecho de que algún día tomes auténtica consciencia de ello.

En el mercado financiero actual, a no ser que hubiera alguna OPA importante o algo parecido, ni se me ocurriría invertir en Bolsa. De hecho, aunque volviéramos a los tiempos de bonanza económica no sabría qué aconsejar a un conocido que me pida opinión acerca de una inversión.

Sin embargo, a la hora de invertir en la vida lo tengo bastante más claro. Tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo se verán recompensados si te decides a coger las riendas de tu existencia y apuestas fuerte por una inversión vital.

Invertir en vida es un concepto personal, maleable, casi íntimo.

Lo que más claro hay que tener para invertir en vida, es que el principal objetivo es conservar la propia vida. Tal vez sea una perogrullada, pero ninguna inversión nos dará beneficios si no estamos vivos para poder disfrutarlos. Por lo tanto, una buena parte de tu tiempo, tu dinero y tu esfuerzo deben ser invertidos en conservar una buena salud y una buena calidad de vida.

Igual que en la Bolsa, puedes invertir con pequeños gestos como tener prudencia en el tráfico o no cometer excesos. Si deseas invertir de forma más agresiva puedes además hacer ejercicio constantemente o cuidar tu alimentación con una dieta sana y equilibrada. Tú decides cuanto invertir, pero ésta es una de las apuestas más rentables, y es importante hacer una buena inversión porque la salud es una de las cosas fáciles de conservar pero también muy fáciles de perder. Antes de invertir en otra cosa, contempla hacerlo en esto.

A partir de ahí, la vida te ofrece un amplísimo abanico de posibilidades donde elegir. Sin saberlo, e incluso sin quererlo, constantemente estamos invirtiendo en cosas poco rentables y con mucho riesgo. Lo normal es que estas operaciones den pocos o muy pocos beneficios. Después de esas inversiones, y con el tiempo, dinero y esfuerzo disminuidos, contemplar nuevos valores donde invertir con seguridad se antojará más complicado, debido a los anteriores fracasos.

Por eso, tanto en la Bolsa como en la vida, has de estar al tanto de cómo van tus inversiones. No puedes dejarlas tiradas y esperar que crezcan, porque es probable que lo hagan, pero también es muy probable que cuando quieras recuperar la inversión no obtengas lo esperado. De este modo, es importante reflexionar de vez en cuando si estamos otorgando nuestro tiempo, dinero y esfuerzo a cosas que nos estén dando algún rendimiento positivo. Es muy importante darse cuenta de cuando una inversión está yendo mal, para sacar lo que tengas metido en ella y poder invertirlo en otro sitio mejor a la mayor brevedad posible.

Cuando has invertido en salud y calidad de vida, y una vez al tanto y conforme de todas tus inversiones actuales, hay pequeñas grandes gangas que conviene tener muy en cuenta.

Estas gangas, chicharros en argot financiero, son en la Bolsa un tipo de valores que, por diferentes circunstancias del momento, aumentan mucho su valor en poco tiempo, en apenas unos días o incluso menos. Obtener un gran beneficio adquiriendo estos valores es rápido y poco costoso, pues no necesita de una gran inversión, aunque también tiene el riesgo de bajar con facilidad igual que ha subido. No obstante, no es nada fácil encontrar un chicharro, y hay que tener mucha información y estar muy avispado para poder cazarlos en su momento óptimo y venderlos en el instante preciso.

Al igual que con otros conceptos, aquí también tenemos una gran similitud con la vida. Tenemos delante innumerables chicharros de gran rentabilidad que necesitan poco tiempo, esfuerzo y dinero para darnos grandes satisfacciones. No obstante, no es fácil captar la importancia de esos momentos ni saber aprovecharlos por lo bellos y únicos que son.

Disfrutar de una agradable charla con un anciano es algo que apenas nos requiere de un ratito de tiempo, nada de esfuerzo y cero euros. Sin embargo, puedes obtener muchísimo de ella.

Otros chicharros en la vida pueden ser pequeños instantes donde des un agradable paseo por un bonito lugar. O tal vez un rato de juego con tu mascota. También puedes obtener un gran rendimiento cocinando y/o comiéndote un suculento plato. O pasando una amena tarde con algunos amigos. Hasta con el simple hecho de mostrar una bonita sonrisa tienes mucho que ganar. Y también, por supuesto, el sexo es una de las mejores cosas en las que puedes invertir.

En la vida hay millones de sensaciones a nuestro alcance que podemos disfrutar a cambio de muy poco. Inversiones estupendas, pero difíciles de ver pese a que están delante de nosotros.

Pero, al igual que podemos obtener grandes beneficios invirtiendo bien nuestro tiempo, dinero y esfuerzo, es inevitable que la suerte juegue un papel fundamental en la mayoría de nuestras inversiones, financieras y vitales.

Es injusto, es la mayor de las putadas, pero en este mercado no tenemos todo el control. Una parte importante de nuestro éxito va a depender de las casualidades, del caos, de las reacciones en cadena. Aún así, podemos estar contentos porque hay quien no tiene prácticamente nada que invertir. Hay quien forma parte del circo, pero en los papeles secundarios, tras los números rojos de los índices bursátiles.

Por lo tanto, mientras sigas teniendo algo que invertir, piensa bien donde hacerlo. Ten en cuenta que en tus inversiones puedes perder y ganar, pero también puedes provocar que otros ganen y pierdan.

Por eso creo que hay que invertir en vida, porque la vida tiene muchos beneficios que darnos, a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Hay riesgo, pero hay que asumirlo porque a la vida se le puede sacar mucho jugo.

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La desconfianza para vencer al miedo

A simple vista puede parecer que desconfianza y miedo son palabras parecidas, relacionadas en significado y utilización. Es más, hasta se podrían llegar a considerar sinónimos.

Se puede utilizar correctamente el argumento de que la desconfianza y el miedo van juntos en numerosas ocasiones. Por ejemplo, si ves a alguien de noche por la calle con muy malas pintas y te dice que te acerques, seguramente no acudirás porque no te inspira confianza, y esa desconfianza se traduce en miedo. No obstante, muchas veces la desonfianza te puede ayudar a vencer el miedo que se le presupone al que desconfía de algo.

Para que esto no se acabe convirtiendo en un trabalenguas sin sentido, cabe señalar una de las diferencias básicas entre tener miedo y desconfiar de algo: el miedo suele provocar sumisión mientras que la desconfianza lo que provoca es discrepancia e insumisión.

Miedo y desconfianza a través del tiempo

Es precisamente esa diferencia entre miedo y desconfianza la que ha llevado al conflicto al ser humano en todas las civilizaciones. Todas ellas, desde Mesopotamia hasta Roma pasando por Egipto, han utilizado el miedo para mantener al pueblo llano bajo su yugo. La confianza en el sistema establecido y  el amor a la patria han sido siempre máximas para que la gente pudiera morir por su estado, no sólo por miedo a ser un insumiso, sino también por confianza en morir por algo justo. Porque creen que están muriendo por el triunfo de la libertad y la justicia. De este modo, cualquier estado usa a su población para mantenerse vivo y fortalecerse con el tiempo.

Es una operación  sin aparentes fisuras, que se empezó a dar hace diez mil años, cuando los pueblos eran nómadas y, por primera vez, le dieron poder a un funcionario para gestionar los excedentes de ganado. Con el tiempo,  los estados han ido adquiriendo una inmunidad asombrosa, siendo prácticamente inmunes ante la ley cuando el ciudadano de a pie cada vez tiene menos libertades individuales (sobre todo antiguamente, pero tambien en la actualidad).

El Estado Ideal, la utopía de todo Gobierno

Desde que, como he dicho antes, hace diez mil años apareciera la figura de la autoridad, todos los estados han nacido con el fin de perpetuarse consiguiendo un «estado ideal». Lejos del estado ideal sobre el que escribió Platón, en el que premiaran cosas como la razón, la justicia y el conocimiento, los estados han tratado a lo largo de la historia de prevalecer por encima de su propia población, la que realmente le da sentido a un estado y a toda forma de gobierno.

Como las matemáticas son el auténtico lenguaje del universo, me he tomado la licencia de teorizar una ecuación muy de andar por casa, para explicar la forma en la que los estados intentan mantenerse en el poder para siempre consiguiendo la forma del «estado ideal». Se podría visualizar en una operación parecida a esta:

Estado ideal= y + z + x *(x₁ – x₂)

El estado Y (puedes poner el estado que quieras, actual o antiguo) tiene bajo su soberanía a X personas, divididas entre sumisas  (x₁) e insumisas (x₂) y debe cuidar de ellas, es SU responsabilidad.

Para ello, el estado Y implanta el sistema Z (pon aquí dictadura, comunismo o incluso democracia, aunque de esta última hablaremos luego) y con el argumento de que el sistema Z es el mejor (o el menos malo) trata de fortalecerlo con todos los medios a su alcance. Estos medios incluyen desde la propaganda para reclutar a las personas que son indiferentes o afines al sistema Z, hasta la represión para quien está en contra de dicho sistema.

El futuro del estado Y y la posibilidad del «estado ideal» dependerá del resultado de multiplicar a X (número total de personas) por  el resultado de la resta de sumisos menos insumisos, y de cómo éstos grupos defiendan su posición ante el sistema Z implantado por el estado Y.

Si el número de sumisos (x₁) es muy superior al de insumisos (x₂), X será una variante con un valor alto. Esto signfica que el estado Y tendrá un gran respaldo social, lo cual le hará consolidarse con el sistema Z.

Por contra, si en algún momento concreto de la Historia, de esta operación resulta una variante X de número no muy alto ó negativo, se producirá una revolución y es posible que el estado Y no tenga mucho futuro con el sistema Z.

A lo largo de la historia muchos sistemas se han mantenido durante muchísimo tiempo, dando lugar incluso a grandes imperios, gracias al efectivo trabajo del estado para convencer a los afines e indiferentes, y para reprimir a los insumisos.

Pero, a excepción del sistema democrático y de los pocos pero crueles dictadores que aún existen en el mundo, todos los sitemas han acabado sucumbiendo ante revoluciones populares o guerras contra otros estados.

El «estado ideal» se ha logrado durante un tiempo, pero al final todo sistema injusto es susceptible de ser derrocado por sus propios habitantes o por otros estados. Cayeron el imperio romano, el absolutismo francés, la alemania nazi, el colonialismo británico en la India o el comunismo soviético.

Democracia, corrupción y mecanismos de sumisión

La democracia sería caso a parte, ya que en su esencia está implantada por una soberanía que reside en el pueblo. En realidad, si la democracia estuviera realmente implantada en base a sus principios teóricos, estaría fuera de la ecuación propuesta, ya que no sería un estado quien implantara un sistema, sino toda la población con sus votos.

El problema es que la democracia hoy en día se ve corrupta por muchísimos de los señores elegidos libremente por el pueblo para representarnos. Léete un par de periódicos y verás que, por todas partes, hay injusticia y corrupción. Date una vuelta por Internet y encontrarás noticias constantes de abusos ante los que la «libertaria» democracia no hace nada. Y no hace nada porque nosotros no se lo decimos.

En realidad, y por mucho que nos duela, estamos corruptos por dentro, tanto como los políticos que elegimos libremente y que luego se ven obligados a ceder ante la fuerza de entes empresariales y económicos. Desde este punto de vista se hace buena la tan escuchada frase de Winston Churchill «Tenemos a los gobernantes que merecemos» porque somos nosotros quienes elegimos a quien tolera tan absoluta injusticia. Ya no existe Hitler, ni Franco ni Mussolini, pero se siguen cometiendo infinidad de crímenes a diario.

Y, ¿por qué permitimos esto? ¿por qué seguimos votando a los mismos partidos? ¿Somos conscientes de la suerte de vivir en democracia y  del poder que le otorgamos a los políticos?

Como he explicado antes, todos los estados han tratado de convencer a sus ciudadanos para que éstos defiendan el sistema implantado, y ante los que no acababan convencidos o sumisos, ha usado la represión.  En la democracia no ocurre lo contrario.  Si tú te consideras buena persona, quieres el bien y eres consciente de las injusticias que propician tanta guerra y tanta hambre, uno de esos dos mecanismos te está anulando para denunciarlo:

-El primer mecanismo es convencer, generar confianza y sumisión voluntaria. Esto lo otorga la calidad de vida de los países desarrollados. Son los medios de comunicación (en su mayoría, por no decir en su totalidad, sectarizados y politizados), los causantes de que se hable a diario de Cristiano Ronaldo y no se sepa quién es ni qué ha hecho gente tan buena como Vicente Ferrer. Es el himno nacional y su correspondiente bandera. El primer mecanismo es idiotizarte para que «adores al líder», o por lo menos, para que tú y tu tímida discrepancia os mantengáis lejos e inofensivos. Es la música pop comercial, la mayoría de grandes producciones de Hollywood  o la prensa rosa.

-El segundo mecanismo, es el de refuerzo por si falla el primero. Si no te dejas comer el coco y sigues discrepando, el segundo mecanismo es la prohibición, la represión y la fuerza bruta (eso sí, siempre porque el estado piensa en tí y en tu bien). Este segundo mecanismo está tan utilizado como el primero, porque para perjuicio de nuestros gobernantes, tenemos derechos y los podemos defender, aunque no solamos hacerlo casi nunca, principalmente porque no los conocemos ni sabemos el modo de actuar. Al no conocer ni nuestros derechos ni como defenderlos, vamos tragando poquito a poco con las pequeñas restricciones que nuestro estado nos pone. Primero es una ligera restricción de cualquier acto que hasta entonces era normal, luego es pagar por aparcar en la calle, luego hay un ataque terrorista y, de repente, pueden cachearte, pincharte el teléfono, bloquear tus cuentas bancarias e incluso meterte en la cárcel sin tener un cargo concreto contra tí, convirtiendo el mundo entero en una gran prisión.  Sin comerlo ni beberlo, y con la ley en la mano, el estado puede reprimirte aunque no estés haciendo daño a nadie con tu actos.

Las leyes «invisibles»

La democracia se basa en un ordenamiento jurídico, en leyes. Dichas leyes son de obligado cumplimiento, pues se consideran consensuadas y aceptadas por el conjunto de la población. Pero cuando se silencia la aprobación de ciertas leyes que restringen libertades, has de estar muy ávido para enterarte y poder denunciarlo. Estamos demasiado ocupados preocupados por el terrorismo, la gripe A ó simplemente con sobrevivir ante la actual crisis, y con este tipo de situaciones a modo de cortina de humo, se propician leyes para reprimir un poco más a la población.

No somos conscientes de la gran cantidad de leyes que nos han querido «colar» y que chocaban más o menos contra la Constitución Española. Nunca ha habido un sistema por el que las leyes sean revisadas de oficio, se da por hecho que al ser aprobadas por las Cortes Generales y publiadas en un Boletín que nadie se preocupa de leer (y mucho menos de interpretar) son válidas. Esto quiere decir que se pueden hacer (y se han aprobado muchas veces) leyes que chocan contra reglamentos de mayor jerarquía que garantizan libertades individuales, pero no han sido rectificadas hasta que, tiempo después, la presión social lo ha provocado.

Este es un gran hándicap de la democracia, porque a la población se le oculta y se le miente sobre la creación de muchas normas que jamás deberían existir. La democracia genera gran cantidad de libertad para las personas, pero a la vez propicia un estado corrupto en el que puedes ser desposeído de ciertos derechos por normas aprobadas por el partido al que votas, lo que es una gran paradoja. Como dicen en el peliculón V de Vendetta: «Los gobernantes deberían temer al pueblo, y no al revés».

A pesar de estos mecanismos para la sumisión (lo que provoca miedo de muchos tipos) mucha gente sigue sintiéndose segura profesando una religión, apoyando a un partido político o perteneciendo a un grupo concreto. Esa falsa sensación de seguridad nos tranquiliza porque el ser humano necesita creer en algo, sentirse parte de algo que le valora, le respeta y le protege. Nos hace sentirnos seguros, pero eso nos convierte en dependientes, en sumisos ante el grupo al que pertenecemos.

La represión tiene un «precio» demasiado alto

Lo que nuestros gobernantes no son capaces de entender (porque realmente no son demasiado inteligentes) es que económicamente, el estado no puede hacer frente al gasto que supone reprimir y abusar tanto del ciudadano, porque esto genera un coste administrativo muy superior al beneficio que se obtiene por perseguir conductas ilegales pero muy arraigadas como: pequeñas evasiones de impuestos, la posesión de pequeñas cantidades de droga para consumo propio o ciertas actividades económicas en dinero B. Se intenta criminalizar a los pequeños delincuentes y premiar a los peces gordos con cargos públicos o grandes empresas, los cuales cometen delitos mucho peores y cuyas sanciones deberían ser astronómicas, aumentando de esta manera las arcas del estado.

Ese gasto tan alto que produce perseguir a los pobres diablos más que a los peces gordos, al final, no va a repercutir sino en el de siempre, en el ciudadano de a pie que pagará más impuestos y se verá más oprimido, con menos libertades individuales y sociales.

De este modo, aunque en cada época de una forma distinta, la represión de los estados ha culminado casi siempre en la destrucción del propio estado o del sistema que ha implantado, gracias a que sus habitantes han pasado de ser sumisos a insumisos. El ser humano soporta y ha soportado muchos abusos, pero tiene un límite, y los estados siempre han traspasado esa delgada línea, y siempre lo han acabado pagando.

¿Qué tiene  que ver en todo esto la desconfianza y el miedo?

He elegido este símil entre desconfianza y miedo porque creo que ejemplifica bien la diferencia entre dejarse o no dejarse manipular, y los motivos por los que los seres humamos permitimos ciertas cosas al vivir en sociedad. A su vez, también he intentado mostrar que las injusticias tienen un límite, un límite que históricamente los estados siempre han sobrepasado, haciendo saltar la chispa definitiva que provocara una revolución.

Pienso que la verdadera libertad, la verdadera sabiduría y la verdadera justicia sólo se obtrendrán cuando exista la desconfianza constante, cuando dejemos de tener el miedo que nos convierte en sumisos cabizbajos ante el estado o ante cualquier organismo que nos pretenda aglutinar, tenga el nombre que tenga. Cuando nos preguntemos acerca de todas las cosas, cuando pongamos en duda hasta las afirmaciones más obvias ante la razón, con el único motivo de seguir mejorando y no tener que  estar hipotecados a nuestros propios ideales. Todo es cuestionable, y lo que hoy nos parece lo más justo y mejor, mañana puede ser una losa que impida nuestro desarrollo mental y como ser humano.

Podemos mejorar lo que nos rodea porque somos parte de lo que nos rodea, y tener una ideología o un pensamiento concreto en un momento de tu vida no significa que no puedas desconfiar de tus propias convicciones para intentar mejorarlas.

De ese modo lograremos encontrar el auténtico camino de nuestra vida, o al menos preguntarnos cuál es ese camino, en lugar de que alguien nos lo imponga diciéndonos que es lo mejor para nosotros.

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La verdad sobre el sistema financiero

Hay una serie de verdades inocuas ante la razón. Del mismo modo que una mentira se intenta convertir en verdad repitiéndola mil veces, las verdades se dejan sueltas con tal libertad que acaban convirtiéndose en tópicos, y como tópicos que son, acaban tomados casi a broma.

Un ejemplo muy conocido de una mentira que se intenta convertir en verdad mediante la repetición podría ser el caso de las famosas armas de destrucción masiva de Irak, que jamás existieron pero que fueron tomadas por reales, y gracias a ese pretexto se llevó a cabo una invasión que, a día de hoy, se salda con cerca de un millón de civiles muertos.

Por contra, un ejemplo de verdad que se acaba desvirtuando es muy fácil de encontrar. Frases como «los políticos sólo quieren el poder» o  «somos esclavos de los bancos» expresan cosas tan fuertes y, en cierta medida, tan reales que me pregunto qué será exactamente lo que nos ha pasado para tener esta asombrosa  inmunidad ante frases que no deberían sino hacernos, como mínimo, reflexionar.

Que los políticos sólo quieran el poder o que seamos esclavos de los bancos son argumentos muy fáciles de desmontar para los políticos y para los bancos. Aplicando la lógica, ni todos los políticos ansían el poder ni somos realmente esclavos al servicio de los bancos. Por lo tanto esa fe ciega en que algunos políticos son honrados y en que los bancos nos sangran pero nos prestan un servicio vital para nuestra vida (créditos) hace que la maquinaria continúe, con los mismos políticos y con el mismo sistema bancario.

Tengo que confesar que me apasiona la economía. Es una de esas cosas que no busqué jamás, pero que me encontré de frente y estuvimos condenados a entendernos, pues en su día estudié Administración y Finanzas por el mero hecho de que para estudiar otra cosa debía desplazarme, y estudiar administración era lo más cómodo. Así que descubrí la contabilidad y el sistema financiero. Por el asco que le he tenido siempre a las matemáticas lo pasé bastante mal al principio, pero le cogí el gusto (todo es ponerse) y los números y las fórmulas ya no eran un obstáculo, sino que eran un mero trámite que me hacía incluso disfrutar mientras resolvía problemas que se podrían dar en la vida real.

Y luego llegó la Bolsa, mercado de capitales por excelencia. Ese fue el comienzo de todo para mí, conocer la Bolsa. Ese complicadísimo sistema de valores me llevó más allá de los meros números y fórmulas, me empujó a reflexionar sobre las raíces del sistema económico, sobre su importancia REAL en nuestro día a día. Sobre su influencia auténtica en lo que hoy en día es el mundo.

Supe que realmente en el planeta no hay tanto dinero material como el que figura en nuestras cuentas bancarias. Sería imposible que sacáramos todo nuestro dinero de los bancos. No porque no quieran dárnoslo, sino porque no lo tienen. No lo tiene nadie, en realidad. No existe tanto dinero, sólo existen sucedáneos en forma de cuentas bancarias, cheques, pagarés, obligaciones… etc. Pero dinero, dinero… lo que se dice show me the money, no hay tanto. No hay en realidad ni una décima parte, y eso es el más cálido y acogedor caldo de cultivo para la especulación económica. Para que, en pocas palabras, un dinero que no existe genere intereses, obligaciones de pago.

La economía es realmente complicada de entender. Un peñazo, un bodrio, una patada en los cojones si así quieres llamarlo. Si no hay algo de ella que te llame la atención cual bella dama, no entenderás nada porque hay mil mecanismos distintos para mil tipos de operaciones económicas, que a su vez tienen relación constante con el mercado y con las instituciones públicas y privadas. Es por eso que, además de difícil de entender, la economía es complicadísima de explicar.

Pero he aquí que en una anodina tarde de verano, con los ventiladores a punto de pedir la baja por estrés, veo la película Concursante. Un título que nadie relacionaría con economía, y que esconde tras de sí un film que para mí ha sido muy revelador, sobre todo por la simplicidad con la que ha explicado la tiranía del sistema económico capitalista basado en la financiación externa (bancos).

La peli va de un joven que gana un increíble premio en un concurso televisivo, valorado en 3 millones de euros. Una mansión, coches, un avión… pero ni un euro en metálico. Este gran premio supone todo un calvario para él, pues Hacienda le reclama casi la mitad del premio, considerando que su patrimonio personal ha aumentado en 3 millones de euros. Y a Hacienda no se le puede pagar en especie… así que pide un crédito al banco para pagar esos impuestos calculados sobre un dinero que él no tiene, pero de cuyo pago no puede eximirse. Todo se convierte en una diabólica bola de nieve hasta que conoce a un hombre que se dedicaba a dar conferencias sobre economía, y este le da una simple pero ilustradora charla acerca de como el sistema hipotecario se adueña de todo lo que tenemos, e incluso de lo que no tenemos. Siete minutos de vídeo imprescindibles para cualquiera que se haga preguntas acerca de la economía.

El obstinado premiado, cuyo papel interpreta genialmente Leonardo Sbaraglia, era profesor de Historia de la Economía. Cuando todo el bucle económico se adueña de su vida, de su trabajo y de su cordura, tiene una última charla «clandestina» a modo de revelación para sus alumnos, justo después de que le despidan:

– Cuando hay exceso de dinero sólo hay dos formas de equilibrio: O se hace desaparecer el 90% del dinero, es decir el ficticio, el que no es tangible (cosa que no va a suceder) o se suben los precios entre diez y quince veces, y así acabará todo. Cuando todo llegue a su fín -decía el profesor mientras Seguridad lo sacaba ya a la fuerza de su clase- harán una de estas dos cosas. ¡¡¡Esta es la verdadera explicación de los ciclos económicos!!!  Ese será el fin de todo, ¡Desconfíen! ¡Olviden lo que han aprendido -gritaba ya cual lunático desbocado- desconfíen de lo que saben, desconfíen de mí! ¡¡¡No crean en nada, no crean en nada!!!

Y es que este buen hombre sólo trataba de concienciar a sus alumnos para que no cometieran el mismo error que él, el de poner sus vidas en manos de una institución financiera.

Desconfiar puede ser una genial forma de hacernos preguntas, de aprender y, en consecuencia, de evolucionar. Por favor, tenlo en cuenta antes de pedir un préstamo.