Amor de hermanos (2ª parte)

En esa salida familiar a la piscina, Ana y Leo se encontraron dentro del agua, semidesnudos y rodeados de gente que para ellos en ese momento no existía. Mientras su hermano Javi iba a lo suyo con la Jenny, ellos dos se fueron a la parte más profunda de la piscina, según ellos para poder tirarse del trampolín. Desde luego, ganas de tirarse no les faltaba a los chicos.

Una vez en la parte más profunda y «adulta» de la piscina, y fuera de la mirada indiscreta de sus familias, decidieron acabar de una vez con el juego. Se miraron fijamente, se sonrieron y se dijeron el primer te quiero con la mirada. Leo se acercó a Ana y le susurró al oído:

-Coge aire.

Ana le miró extrañada, pero al segundo comprendió las intenciones de Leo, y la cara de asombro se tornó en una sonrisa cómplice y lasciva. Leo la cogió de los brazos y la levantó simulando hacerle una aguadilla, para acto seguido zambullirla en la profundidad del agua y darle el beso secreto más raro y maravilloso que podían imaginar.

Durante los escasos segundos que pudieron permanecer bajo el agua, se sintieron por primera vez libres. No tenían aire nuevo que respirar, no podían ver prácticamente nada y el ruido de alrededor no podía distinguirse del de una radio que no sintoniza bien ninguna emisora; pero todo eso daba absolutamente igual. Por fin habían decidido pasar a la acción y dejar hablar al sentimiento.

A partir de entonces, y durante los siguientes meses, fueron Leo y Ana los que empezaron a desaparecer con múltiples excusas: biblioteca, charla del autor de un libro, ir al cine, actividades extraescolares… todo mentira. La familia -la ya única y gran familia- cada vez lo sospechaba más.

Un día, Ana y Leo se dejaron llevar y perdieron la noción del tiempo. Llegaron a casa pasada la medianoche, y eso ya no coló como biblioteca, ni como actividad extraescolar ni como leches en vinagre. Les habían pillado, y Ana, muerta de miedo, se lo confesó a su madre entre lágrimas. Ella y Leo estaban enamorados.

Para la madre y la abuela de Ana no fue un problema, más bien ley de vida. Tampoco para los padres del chico, que ya estaban preparados y lo habían comentado en múltiples ocasiones. Fue para Javi, el hermano mayor, para quien fue difícil de aceptar. Leo era casi como su hermano, y de repente estaba saliendo con Ana, que sí era realmente su hermana. A Javi jamás se le hubiera pasado por la cabeza liarse con la hermana de Leo, pero claro, eso era fácil de pensar porque Leo era hijo único y nunca existió tal tentación.

Ana y Leo siguieron saliendo durante un tiempo. Se conocían tanto y de tan lejos que su relación no tenía ningún problema. Eran realmente muy felices, salvo por un pequeño-gran contratiempo, y es que Javi seguía sin ver con buenos ojos ese noviazgo, y menos aún a partir de la nochevieja de aquel año.

Aquella nochevieja fue especial. Casi todos tenemos una noche de fin de año en la que dejamos de celebrar como chavales y empezamos a celebrar como adultos. Esa noche, el grupo de amigos en el que estaban los tres hermanos había alquilado un chalet en las afueras de la ciudad para celebrar todos juntos las vacaciones de Navidad, y para vivir el primer fin de año de su era adulta.

Lo tenían todo: Comida, música, películas, alcohol, drogas, condones… vamos, que no les faltaba de nada para celebrar el nacimiento del niño Jesús.

Esa noche, entre concursos de tragar alcohol y submarinos en el baño, se estaba convirtiendo en poco menos que una bacanal. Javi llevaba un buen pedo, mientras que Ana apenas había bebido un par de copas y Leo, por supuesto, no había tomado ni gota de alcohol, prohibidísimo para su enfermedad.

Con la casa llena de humo, Leo tenía que salir constantemente fuera a tomar el aire, y en una de esas se topó con Javi, quien, envalentonado por el alcohol y el resto de sustancias, le recriminó la relación que mantenía con Ana, la que él consideraba hermana de ambos. Antes de llegar a ninguna conclusión razonada, las palabras se habían vuelto empujones, y los empujones, puñetazos. El primer fin de año de la edad adulta concluyó con una pelea entre Leo y Javi, dos chicos que se consideraban como hermanos y que habían pasado casi toda la vida juntos.

Después de eso, la relación de los chicos nunca volvió a ser la misma. De hecho, fue a peor. Ana no pudo soportar la presión de aquello y decidió dejar de ver a Leo para que aquella historia no hiciera aún más daño a la familia. A las dos familias, ahora más desunidas que nunca.

Leo no pudo aceptar el hecho de haber perdido a Ana y radicalizó su conducta, causando -y causándose- más problemas de los que ya había. Empezó a beber y a fumar a escondidas de su familia, lo que no era nada bueno para su delicado corazón. Le tenía miedo a Javi, más mayor y fuerte que él, pero a la vez le odiaba porque le consideraba culpable de haber perdido a su preciosa Ana.

Los chicos no volvieron a tener ningún tipo de relación, ya que Javi nunca pidió perdón a Leo, y cuando lo intentó se encontró con que Leo huía de él como del diablo. Así siguieron viviendo durante meses, uno en el tercero A y otro en el tercero B. Dos amigos, prácticamente dos hermanos.

Un día estaban bajando juntos por el ascensor. Era un día de tantos en los que concidían. El ambiente, como solía suceder en esas ocasiones, estaba enrarecido, cargado de un odio que explotaría con cualquier fugaz roce de sus miradas, la chispa necesaria para transformar los deseos en acciones.

No obstante, esto no les pillaba de nuevo. Javi y Leo ya habían aprendido a vivir con ello, a tener que verse varias veces por semana en cualquier parte del edificio. Podían haber enterrado para siempre su amistad, pero seguían siendo vecinos, y casi casi familiares. De hecho, siempre habían sido como hermanos.

Javi, decidido, pulsó el botón de paro del ascensor y se quedó mirando fija y seriamente a Leo. Parecía que quería saldar deudas de una vez por todas.

– Mira Leo, vamos a arreglar esto y lo vamos a hacer ahora. Ésta es la única forma de que no salgas corriendo.

– No…  ¡no!  ¿Qué quieres de mí? ¡Déjame! ¡Socorro! ¡¡¡Socorrooo!!!

– Que no, coño Leo, que sólo quiero… ¿Estás bien? ¿Qué pasa? ¡¡Leo!!

De repente Leo se había mareado, sus ojos se abrieron al máximo, no podía respirar y le costaba mantenerse en pie. Javi se asustó de inmediato y le cogió entre sus brazos.

– ¡No! ¡Leo! Quería arreglarlo, joder… ¡¡Leo, hermano…!!

Leo apenas podía respirar. Con gran esfuerzo, logró agarrar a Javi por la nuca, y antes de perder el conocimiento, le dijo:

– Lo siento, hermano. Lo siento mucho.

Javi, sin poder contener las lágrimas, acertó torpemente a marcar el número de emergencias en su teléfono móvil y gritar desesperado que mandaran una ambulancia para Leo. Reactivó el ascensor de nuevo y llegaron hasta la planta baja del edificio.

Conforme se abrían lentamente las puertas del ascensor, una marabunta de personas esperaba abajo, ya alertada por los gritos y sollozos de Javi. Entre esas personas, con el rostro desencajado, se encontraba Ana, la hermana de ambos.

Las sirenas de la ambulancia, mientras se iba acercando al edificio, se mezclaban cruelmente con el llanto de los hermanos y sus súplicas desesperadas para que Leo continuara con vida.

Ya dentro de la ambulancia, y con Leo todavía inconsciente, los dos hermanos se miraron a los ojos, rompieron de nuevo a llorar y se fundieron en un doloroso y cicatrizante abrazo, mientras cruzaban la ciudad a toda velocidad para salvar la vida de su otro hermano. Ese hermano que los dos amaban, pero cada uno a su manera.

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