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El poder de los amarillos

Vivir en sociedad hace que las personas estemos en un contacto permanente entre nosotros. Nos estamos relacionando continuamente todos los días, muchas veces sin darnos cuenta, puede que incluso de forma mecánica o inconsciente.

Conocemos personas muy a menudo, durante todas las etapas de nuestra vida. Inicialmente, convivimos con un núcleo familiar entorno al cual se forjan y ramifican buena parte de nuestras relaciones personales futuras. A través de nuestra familia y de los lugares por los que ésta nos guía (residencia, colegios, vacaciones, actividades extraescolares…) vamos conociendo muchísimas personas a lo largo de los años, algunas de las cuales llegan a ser realmente muy importantes en nuestra vida.

Generalmente, con la llegada de la adolescencia y la juventud, adquirimos cierta independencia a la hora de conocer a personas ajenas a nuestra familia. Pasamos mucho más tiempo fuera de casa que cuando eramos niños, y ello nos posibilita seguir conociendo gente. Gente a través de la cual conoceremos otra gente, y a través de ellos otros tantos.

A lo largo del tiempo, iremos conociendo cada vez más y más personas. Conoceremos más y más cosas. Algunas de estas personas pasarán de forma inadvertida, otras se quedarán durante algún tiempo y otras, las que menos, nos cautivarán y se quedarán con nosotros para siempre.

Tantas serán las personas que conoceremos, que nos veremos obligados a elegir. Habrá muchas que, forzosamente, tengan que quedar fuera de nuestra vida. Es muy posible que esto nos suceda con alguna persona que realmente nos haya llamado la atención, pero que por circunstancias no hayamos podido o tenido interés suficiente en conocer de verdad.

Incluso puede ser que detrás de muchas de las personas que han pasado de puntillas por nuestra vida, esas a las que directamente no hemos prestado atención, se escondiera alguien con quien podríamos haber tenido una gran conexión. Un aprecio sincero y honesto, un maravilloso intercambio de ideas, una preciosa amistad o un apasionado amor. Hasta es posible que una heterogénea mezcla de todos estos sentimientos. Es realmente muy posible que, de entre todas las personas que han entrado y salido de nuestra vida, hayamos perdido a más de un amarillo.

Conocí el concepto de «amarillo» hace ya varios años en una entrevista de televisión a Albert Espinosa, cuyo más famoso trabajo es el guión de la película Planta 4ª, basado en hechos reales de la vida del propio Albert.

En aquella entrevista contaba con gran naturalidad las circunstancias que vivió durante los años en que el cáncer le obligó a vivir en un hospital. Una enfermedad que le diagnosticaron con sólo 14 años y que logró superar por completo a los 24. Como él mismo considera, «los años más importantes de una persona: cuando crece, madura y adquiere las primeras bases sobre las que construirse».

Espinosa era un tipo que, pese a haberse tirado media vida en un hospital, rezumaba optimismo y buen rollo. Le faltaba una pierna, un pulmón y medio hígado, y él estaba sonriente y encantado de la vida contando como, el día anterior a que le amputaran la pierna, le hicieron una gran fiesta de despedida a la propia extremidad. Una vida que habría traumatizado a cualquiera, a él le hizo madurar y darse cuenta de que elegir el camino del dolor permanente es lo más fácil y, a menudo, lo menos productivo.  El dolor a veces es necesario para aprender a perder, pero él, como demuestran sus palabras, es fundamentalmente optimista.

Hablaba con tanta humildad y tan pocas pretensiones que resultaba realmente agradable de escuchar. Era una persona «famosa», pero no desprendía falsa modestia, ni se preocupaba de ser políticamente correcto. Con respeto, pero sin falsedad. Debo admitir que, sin conocerlo de nada, Albert Espinosa me pareció un tipo de puta madre. Además, extraordinariamente sensible y bueno comunicando, pues no es nada fácil relatar con tanta normalidad todas las cosas buenas y malas que le pasaron en el hospital.

En todos esos años de reclusión, decidió continuar con sus estudios, seguir construyéndose a sí mismo, madurando y descubriendo cosas. Una de las grandes cosas que descubrió fue un nuevo sentimiento, un nuevo tipo de personas con las que relacionarse. Se trataba de los amarillos.

El concepto de «amarillo» toma su nombre, según el propio guionista, por el color del sol. Como el amarillo sol, también hay un tipo de personas que nos dan calor y nos iluminan, y es por eso que les denomina amarillos en lugar de «amigos» , «familiares», «compañeros» o «pareja». Y no es un término aplicado exclusivamente a personas, pues las vivencias de su pasado le llevaron a escribir el libro El mundo amarillo con relatos y consejos para la vida basado en sus experiencias.

En palabras del propio Albert, los amarillos son «aquellas personas que son especiales en la vida de alguien, que se encuentran entre el amor y la amistad y que no es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos […]Gente que consigue cambiarte, que te lo encuentras una vez en una ciudad, o en un aeropuerto, y te comprende. Los amarillos para mí son los amigos del nuevo siglo”.

Un amarillo puede ser, por tanto, cualquier persona en cualquier momento y en cualquier lugar. Alguien que conoces yendo de fiesta, esperando el autobús o haciendo cola en el supermercado. Tu compañero de pupitre o tu profesora de matemáticas. Un primo, un amigo de la infancia. Alguien que puede triplicarte la edad o a quien tú se la tripliques. Alguien anónimo con quien sólo cruzas unas frías líneas en Internet.

Las conexiones, casualidades y causalidades de todas las personas que se han cruzado en «nuestro» camino, y el interés que éstas han causado en nosotros, han ido formando nuestras relaciones personales actuales. En estas relaciones personales, no debemos subestimar la importancia e influencia que un amarillo puede tener en nosotros.

Podemos relacionarnos mucho con personas que no nos aporten demasiado y podemos tener una sola conversación con un amarillo que nos haga aprender, cambiar y mejorar cosas de nuestra vida. Sólo es cuestión de darse cuenta de cuando tenemos delante alguien que puede ser, y del que podemos ser, un amarillo.

Dicen que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo, nos faltarían manos para contar todos los amarillos que podemos tener.

«Tal vez deberíamos aprender algo de Newton: las personas, como los objetos, sencillamente caen. Pero nunca lo hacen bien o mal. Simplemente llegan, aparecen un buen día en nuestra vida como consecuencia de una cadena de causas y efectos.

Lo bueno o malo de su compañía debería ser inferido posteriormente, mediante esa forma de experimentación científica que en los seres humanos llamamos «trato».

Una persona nunca debe caernos mal cuando se produce el primer encuentro. Simplemente debe caernos».

Juan Carlos Ortega en «Buenos Días, Sócrates»

Filosofía, Reflexión, Sociedad

Mi querida señora Sofía

Un día conocí a una señora mayor que en su juventud fue increíblemente famosa. Tuvo todo cuanto quiso y eclipsó a las personas más relevantes del mundo. Era importante, todos la querían y todos la respetaban. Pobre de aquel que osara faltarle al respeto, pues una legión compuesta por los hombres más poderosos de la época no dejarían mancillar su nombre. Bonitos tiempos aquellos.

Ya no es ni el reflejo de lo que en su día fue. Sus labios están cuarteados y sus besos saben a vino y whisky. Su aliento huele a tabaco, pero sus palabras siguen sabiendo igual de bien que siempre.

Tiene la cara marcada de arrugas y heridas aún sin cicatrizar, las cuales intenta en vano ocultar con maquillaje del barato, intentando parecerse a la joven que fue y que tanto triunfó allá donde iba.

Usa ropa glamurosa, aunque ya no puede permitirse primeras marcas como antaño y debe limitarse a ropa de segunda mano, que a veces está sucia o rota, pero que ella lleva con enorme estilo, ese mismo estilo que no se pierde por muchos años que pasen.

Esta señora camina ahora por la vida con multitud de operaciones estéticas a sus espaldas y lleva demasiado tiempo tonteando con el alcohol y las drogas.

Aunque ya no sea ni el reflejo de lo que fue, sigue dando guerra, y a veces sale un sábado por la noche y se encuentra con algún jovenzuelo que no la había visto nunca antes. Lo seduce con ese magnetismo que sólo las mujeres tienen y que nunca pierden por muchos años que pasen, lo envuelve en su misterio y le cuenta una parte del secreto de la vida. Lo enamora al instante.

Todos en la gran ciudad ya se han follado varias veces a esa vieja en todas las posturas posibles. Al principio la respetaban porque decía cosas interesantes y parecía misteriosa y muy inteligente, pero esos tiempos ya pasaron. Ahora nadie la respeta, y nuestra dama es humillada día tras día con el mayor de los desprecios y una indiferencia que duele en el corazón como una explosión de sangre y lágrimas.

Los políticos, que tanto se ayudaron de ella para subir al poder, ahora la dejan de lado. Los medios de comunicación dicen tratarla con respeto y rigor, y no hacen sino vomitarle encima. La gente dice quererla y respetarla, pero la mayoría de la población lo dice por pura hipocresía.

Pronto el jovenzuelo que la acaba de descubrir también le perderá el respeto y la considerará lo mismo que los demás, un juguete más que usar y usar hasta que se rompa. Después se irá de fiesta con sus amigos a drogarse y tirarle cacho a las jovencitas salidorras.

Cuando alguien conoce por primera vez a esa señora, se siente atraído hacia ella. No falla. Algunos coquetean una noche y luego la olvidan para siempre.Hay otros que se quedan con ella un tiempo, hasta que se cruza otra más joven y más bella. Son pocos, pero también los hay que se enamoran de tal forma de ella que nunca más vuelven a ser los mismos.

Esta señora les cambia totalmente, les enamora para siempre. Yo llevo unos años prendado de ella y espero seguir así hasta el día en que mi corazón ya no haga más bum bum. Esta mujer no le interesa a casi nadie, pero sigue siendo una dama muy especial, con la que compartir tardes otoñales o preciosos paseos a la luz de las lejanas estrellas.

No pude conseguir la compañía de Sofía durante mucho tiempo, ya que yo también acabé dejando de buscarla y menospreciando su presencia. Con el paso de los años me arrepiento y me pregunto qué será de ella. Todavía la quiero. Hace mucho que no la veo, y reconozco que estoy bastante paranoico pensando en si habrá muerto.

La busco por todas partes, pero me es imposible encontrarla. A veces pienso que la veo por la calle junto a un abuelo que charla con su nieto. Otras veces creo divisarla en un comedor de beneficiencia. Hasta en las residencias de la tercera edad me ha parecido verla… pero no estoy seguro de que sea ella. Muchas veces creo verla en una biblioteca o en alguna película pero, sobre todo, donde más creo verla es en Internet.

Visito foros, artículos y blogs de lo más diversos… y creo que está en muchos de ellos, enamorando a alguien todos y cada uno de los días. Llevándole a su alcoba para enseñarle los más valiosos tesoros que posee este mundo. Tal vez en algún momento se le vuelva a tener el reconocimiento que merece. Tal vez algún día seamos capaces de ver por nosotros mismos la belleza de esta mujer.

Espero algún día encontrar de nuevo a mi querida Sofía… aunque no sé si sería mejor seguir por caminos paralelos.

El día en que la conocí me hizo dudar de todo…

Conciencia, Cultura, Curiosidades, Filosofía, Historia, Medios de comunicación, Política, Reflexión, Sociedad

La desconfianza para vencer al miedo

A simple vista puede parecer que desconfianza y miedo son palabras parecidas, relacionadas en significado y utilización. Es más, hasta se podrían llegar a considerar sinónimos.

Se puede utilizar correctamente el argumento de que la desconfianza y el miedo van juntos en numerosas ocasiones. Por ejemplo, si ves a alguien de noche por la calle con muy malas pintas y te dice que te acerques, seguramente no acudirás porque no te inspira confianza, y esa desconfianza se traduce en miedo. No obstante, muchas veces la desonfianza te puede ayudar a vencer el miedo que se le presupone al que desconfía de algo.

Para que esto no se acabe convirtiendo en un trabalenguas sin sentido, cabe señalar una de las diferencias básicas entre tener miedo y desconfiar de algo: el miedo suele provocar sumisión mientras que la desconfianza lo que provoca es discrepancia e insumisión.

Miedo y desconfianza a través del tiempo

Es precisamente esa diferencia entre miedo y desconfianza la que ha llevado al conflicto al ser humano en todas las civilizaciones. Todas ellas, desde Mesopotamia hasta Roma pasando por Egipto, han utilizado el miedo para mantener al pueblo llano bajo su yugo. La confianza en el sistema establecido y  el amor a la patria han sido siempre máximas para que la gente pudiera morir por su estado, no sólo por miedo a ser un insumiso, sino también por confianza en morir por algo justo. Porque creen que están muriendo por el triunfo de la libertad y la justicia. De este modo, cualquier estado usa a su población para mantenerse vivo y fortalecerse con el tiempo.

Es una operación  sin aparentes fisuras, que se empezó a dar hace diez mil años, cuando los pueblos eran nómadas y, por primera vez, le dieron poder a un funcionario para gestionar los excedentes de ganado. Con el tiempo,  los estados han ido adquiriendo una inmunidad asombrosa, siendo prácticamente inmunes ante la ley cuando el ciudadano de a pie cada vez tiene menos libertades individuales (sobre todo antiguamente, pero tambien en la actualidad).

El Estado Ideal, la utopía de todo Gobierno

Desde que, como he dicho antes, hace diez mil años apareciera la figura de la autoridad, todos los estados han nacido con el fin de perpetuarse consiguiendo un «estado ideal». Lejos del estado ideal sobre el que escribió Platón, en el que premiaran cosas como la razón, la justicia y el conocimiento, los estados han tratado a lo largo de la historia de prevalecer por encima de su propia población, la que realmente le da sentido a un estado y a toda forma de gobierno.

Como las matemáticas son el auténtico lenguaje del universo, me he tomado la licencia de teorizar una ecuación muy de andar por casa, para explicar la forma en la que los estados intentan mantenerse en el poder para siempre consiguiendo la forma del «estado ideal». Se podría visualizar en una operación parecida a esta:

Estado ideal= y + z + x *(x₁ – x₂)

El estado Y (puedes poner el estado que quieras, actual o antiguo) tiene bajo su soberanía a X personas, divididas entre sumisas  (x₁) e insumisas (x₂) y debe cuidar de ellas, es SU responsabilidad.

Para ello, el estado Y implanta el sistema Z (pon aquí dictadura, comunismo o incluso democracia, aunque de esta última hablaremos luego) y con el argumento de que el sistema Z es el mejor (o el menos malo) trata de fortalecerlo con todos los medios a su alcance. Estos medios incluyen desde la propaganda para reclutar a las personas que son indiferentes o afines al sistema Z, hasta la represión para quien está en contra de dicho sistema.

El futuro del estado Y y la posibilidad del «estado ideal» dependerá del resultado de multiplicar a X (número total de personas) por  el resultado de la resta de sumisos menos insumisos, y de cómo éstos grupos defiendan su posición ante el sistema Z implantado por el estado Y.

Si el número de sumisos (x₁) es muy superior al de insumisos (x₂), X será una variante con un valor alto. Esto signfica que el estado Y tendrá un gran respaldo social, lo cual le hará consolidarse con el sistema Z.

Por contra, si en algún momento concreto de la Historia, de esta operación resulta una variante X de número no muy alto ó negativo, se producirá una revolución y es posible que el estado Y no tenga mucho futuro con el sistema Z.

A lo largo de la historia muchos sistemas se han mantenido durante muchísimo tiempo, dando lugar incluso a grandes imperios, gracias al efectivo trabajo del estado para convencer a los afines e indiferentes, y para reprimir a los insumisos.

Pero, a excepción del sistema democrático y de los pocos pero crueles dictadores que aún existen en el mundo, todos los sitemas han acabado sucumbiendo ante revoluciones populares o guerras contra otros estados.

El «estado ideal» se ha logrado durante un tiempo, pero al final todo sistema injusto es susceptible de ser derrocado por sus propios habitantes o por otros estados. Cayeron el imperio romano, el absolutismo francés, la alemania nazi, el colonialismo británico en la India o el comunismo soviético.

Democracia, corrupción y mecanismos de sumisión

La democracia sería caso a parte, ya que en su esencia está implantada por una soberanía que reside en el pueblo. En realidad, si la democracia estuviera realmente implantada en base a sus principios teóricos, estaría fuera de la ecuación propuesta, ya que no sería un estado quien implantara un sistema, sino toda la población con sus votos.

El problema es que la democracia hoy en día se ve corrupta por muchísimos de los señores elegidos libremente por el pueblo para representarnos. Léete un par de periódicos y verás que, por todas partes, hay injusticia y corrupción. Date una vuelta por Internet y encontrarás noticias constantes de abusos ante los que la «libertaria» democracia no hace nada. Y no hace nada porque nosotros no se lo decimos.

En realidad, y por mucho que nos duela, estamos corruptos por dentro, tanto como los políticos que elegimos libremente y que luego se ven obligados a ceder ante la fuerza de entes empresariales y económicos. Desde este punto de vista se hace buena la tan escuchada frase de Winston Churchill «Tenemos a los gobernantes que merecemos» porque somos nosotros quienes elegimos a quien tolera tan absoluta injusticia. Ya no existe Hitler, ni Franco ni Mussolini, pero se siguen cometiendo infinidad de crímenes a diario.

Y, ¿por qué permitimos esto? ¿por qué seguimos votando a los mismos partidos? ¿Somos conscientes de la suerte de vivir en democracia y  del poder que le otorgamos a los políticos?

Como he explicado antes, todos los estados han tratado de convencer a sus ciudadanos para que éstos defiendan el sistema implantado, y ante los que no acababan convencidos o sumisos, ha usado la represión.  En la democracia no ocurre lo contrario.  Si tú te consideras buena persona, quieres el bien y eres consciente de las injusticias que propician tanta guerra y tanta hambre, uno de esos dos mecanismos te está anulando para denunciarlo:

-El primer mecanismo es convencer, generar confianza y sumisión voluntaria. Esto lo otorga la calidad de vida de los países desarrollados. Son los medios de comunicación (en su mayoría, por no decir en su totalidad, sectarizados y politizados), los causantes de que se hable a diario de Cristiano Ronaldo y no se sepa quién es ni qué ha hecho gente tan buena como Vicente Ferrer. Es el himno nacional y su correspondiente bandera. El primer mecanismo es idiotizarte para que «adores al líder», o por lo menos, para que tú y tu tímida discrepancia os mantengáis lejos e inofensivos. Es la música pop comercial, la mayoría de grandes producciones de Hollywood  o la prensa rosa.

-El segundo mecanismo, es el de refuerzo por si falla el primero. Si no te dejas comer el coco y sigues discrepando, el segundo mecanismo es la prohibición, la represión y la fuerza bruta (eso sí, siempre porque el estado piensa en tí y en tu bien). Este segundo mecanismo está tan utilizado como el primero, porque para perjuicio de nuestros gobernantes, tenemos derechos y los podemos defender, aunque no solamos hacerlo casi nunca, principalmente porque no los conocemos ni sabemos el modo de actuar. Al no conocer ni nuestros derechos ni como defenderlos, vamos tragando poquito a poco con las pequeñas restricciones que nuestro estado nos pone. Primero es una ligera restricción de cualquier acto que hasta entonces era normal, luego es pagar por aparcar en la calle, luego hay un ataque terrorista y, de repente, pueden cachearte, pincharte el teléfono, bloquear tus cuentas bancarias e incluso meterte en la cárcel sin tener un cargo concreto contra tí, convirtiendo el mundo entero en una gran prisión.  Sin comerlo ni beberlo, y con la ley en la mano, el estado puede reprimirte aunque no estés haciendo daño a nadie con tu actos.

Las leyes «invisibles»

La democracia se basa en un ordenamiento jurídico, en leyes. Dichas leyes son de obligado cumplimiento, pues se consideran consensuadas y aceptadas por el conjunto de la población. Pero cuando se silencia la aprobación de ciertas leyes que restringen libertades, has de estar muy ávido para enterarte y poder denunciarlo. Estamos demasiado ocupados preocupados por el terrorismo, la gripe A ó simplemente con sobrevivir ante la actual crisis, y con este tipo de situaciones a modo de cortina de humo, se propician leyes para reprimir un poco más a la población.

No somos conscientes de la gran cantidad de leyes que nos han querido «colar» y que chocaban más o menos contra la Constitución Española. Nunca ha habido un sistema por el que las leyes sean revisadas de oficio, se da por hecho que al ser aprobadas por las Cortes Generales y publiadas en un Boletín que nadie se preocupa de leer (y mucho menos de interpretar) son válidas. Esto quiere decir que se pueden hacer (y se han aprobado muchas veces) leyes que chocan contra reglamentos de mayor jerarquía que garantizan libertades individuales, pero no han sido rectificadas hasta que, tiempo después, la presión social lo ha provocado.

Este es un gran hándicap de la democracia, porque a la población se le oculta y se le miente sobre la creación de muchas normas que jamás deberían existir. La democracia genera gran cantidad de libertad para las personas, pero a la vez propicia un estado corrupto en el que puedes ser desposeído de ciertos derechos por normas aprobadas por el partido al que votas, lo que es una gran paradoja. Como dicen en el peliculón V de Vendetta: «Los gobernantes deberían temer al pueblo, y no al revés».

A pesar de estos mecanismos para la sumisión (lo que provoca miedo de muchos tipos) mucha gente sigue sintiéndose segura profesando una religión, apoyando a un partido político o perteneciendo a un grupo concreto. Esa falsa sensación de seguridad nos tranquiliza porque el ser humano necesita creer en algo, sentirse parte de algo que le valora, le respeta y le protege. Nos hace sentirnos seguros, pero eso nos convierte en dependientes, en sumisos ante el grupo al que pertenecemos.

La represión tiene un «precio» demasiado alto

Lo que nuestros gobernantes no son capaces de entender (porque realmente no son demasiado inteligentes) es que económicamente, el estado no puede hacer frente al gasto que supone reprimir y abusar tanto del ciudadano, porque esto genera un coste administrativo muy superior al beneficio que se obtiene por perseguir conductas ilegales pero muy arraigadas como: pequeñas evasiones de impuestos, la posesión de pequeñas cantidades de droga para consumo propio o ciertas actividades económicas en dinero B. Se intenta criminalizar a los pequeños delincuentes y premiar a los peces gordos con cargos públicos o grandes empresas, los cuales cometen delitos mucho peores y cuyas sanciones deberían ser astronómicas, aumentando de esta manera las arcas del estado.

Ese gasto tan alto que produce perseguir a los pobres diablos más que a los peces gordos, al final, no va a repercutir sino en el de siempre, en el ciudadano de a pie que pagará más impuestos y se verá más oprimido, con menos libertades individuales y sociales.

De este modo, aunque en cada época de una forma distinta, la represión de los estados ha culminado casi siempre en la destrucción del propio estado o del sistema que ha implantado, gracias a que sus habitantes han pasado de ser sumisos a insumisos. El ser humano soporta y ha soportado muchos abusos, pero tiene un límite, y los estados siempre han traspasado esa delgada línea, y siempre lo han acabado pagando.

¿Qué tiene  que ver en todo esto la desconfianza y el miedo?

He elegido este símil entre desconfianza y miedo porque creo que ejemplifica bien la diferencia entre dejarse o no dejarse manipular, y los motivos por los que los seres humamos permitimos ciertas cosas al vivir en sociedad. A su vez, también he intentado mostrar que las injusticias tienen un límite, un límite que históricamente los estados siempre han sobrepasado, haciendo saltar la chispa definitiva que provocara una revolución.

Pienso que la verdadera libertad, la verdadera sabiduría y la verdadera justicia sólo se obtrendrán cuando exista la desconfianza constante, cuando dejemos de tener el miedo que nos convierte en sumisos cabizbajos ante el estado o ante cualquier organismo que nos pretenda aglutinar, tenga el nombre que tenga. Cuando nos preguntemos acerca de todas las cosas, cuando pongamos en duda hasta las afirmaciones más obvias ante la razón, con el único motivo de seguir mejorando y no tener que  estar hipotecados a nuestros propios ideales. Todo es cuestionable, y lo que hoy nos parece lo más justo y mejor, mañana puede ser una losa que impida nuestro desarrollo mental y como ser humano.

Podemos mejorar lo que nos rodea porque somos parte de lo que nos rodea, y tener una ideología o un pensamiento concreto en un momento de tu vida no significa que no puedas desconfiar de tus propias convicciones para intentar mejorarlas.

De ese modo lograremos encontrar el auténtico camino de nuestra vida, o al menos preguntarnos cuál es ese camino, en lugar de que alguien nos lo imponga diciéndonos que es lo mejor para nosotros.

Conciencia, Cultura, Economía, Filosofía, Reflexión, Sociedad

El Comercio Justo, un capitalismo diferente

Hoy 20 de junio,  se celebra el Día Mundial del Comercio Justo, y la casualidad ha querido que hoy también se celebre el Día Mundial de nuestra lengua, el Español. Aunque no soy un fan de los «Días Mundiales de», aprovecho esta circunstancia como excusa para, desde España y para todos los hispanohablantes, poner nuestro granito de arena y dar a conocer un poquito más este sistema alternativo de comercio, que pretende igualar un poco la balanza de la riqueza en este mundo tan desigual.

El comercio justo es un tema que me apasiona desde que lo conocí en profundidad, cuando tuve que realizar un proyecto empresarial para terminar mis estudios. Elegí simular la creación de una tienda de este «comercio alternativo», y la verdad, es una de las cosas de las que más orgulloso me siento.

Desde muy pequeño, al darme cuenta de las muchas injusticias de las que está fabricada la sociedad en la que vivimos, me he hecho la misma pregunta: ¿Y qué  puedo hacer yo para mejorar todo esto?

Esa pregunta es la que me ha llevado toda mi vida por el camino que quiero seguir. Me ha hecho tener multitud de conversaciones interesantes, me ha hecho conocer gente de otros lugares con otras realidades y me ha inspirado  para escribir en mil y una noches de desvelo frente al ordenador.

La mayor parte de las veces que he reflexionado acerca de cómo una persona puede ayudar a  mejorar el mundo, el resultado ha sido un agrio sentimiento de impotencia. La fuerza real de una sociedad existe cuando sus individuos están unidos, y ese es uno de los mayores problemas, que la sociedad tiene una estructura por la que es casi imposible la unión entre personas por una causa común. Siempre habrá un pretexto que nos separe, aunque nuestra voluntad sea buena. La raza, el sexo, la ideología política, la religión y la infinita lista de prejuicios morales que tenemos, son una multitud de barreras una detrás de la otra que, entre todas, acaban provocando el enfrentamiento entre seres humanos. Cuando ese enfrantemiento se produce, se antepone el conflicto al bienestar común. A un mundo mejor.

Pero un día conocí algo distinto, y realmente interesante. Había una manera de que los seres humanos estuvieran unidos en una causa común, sin provocar enfrentamiento entre ellos. Sin tan siquiera tener que conocerse. Eso supone un gran avance porque maximiza las ventajas de la sociedad, y minimiza sus inconvenientes. En pocas palabras, evita que la estupidez humana tire por tierra con sus prejuicios un plan sostenible para un futuro mejor. Ese sistema que conocí se llama comercio justo.

El comercio justo es un movimiento internacional formado por organizaciones del Sur (hemisferio pobre) y del Norte (hemisferio rico), con el doble objetivo de mejorar el acceso al mercado de los productores más desfavorecidos y cambiar las injustas reglas del comercio internacional.

Estas organizaciones compran los productos que cultivan o fabrican los productores de países subdesarrollados, pagándoles un precio superior del que les pagaría cualquier empresa de importación privada. Este precio superior se debe a que el productor está obligado a cumplir los principios del comercio justo, entre los que están el respeto a los Derechos Humanos, al medio ambiente, la no discriminación a ninguno de sus trabajadores y el rechazo a la explotación infantil, entre otros. Esto no son principios de boquilla, ya que el sistema de comercio justo está fuertemente auditado y controlado, siendo la transparencia y la buena fe sus mayores avales.

Como consecuencia del precio pagado en origen, el producto resulta bastante más caro que sus competidores cuando llega a su destino, y ahí es donde estriba el gran problema de este sistema. Cuando comparamos productos se nos queda la referencia del precio, y eso imposibilita que veamos las grandes ventajas sociales y humanitarias que tiene consumir estos artículos.  Es por eso que en la actual situación económica mundial, el comercio justo es uno de los sectores más perjudicados.

Sin embargo, esta forma de comercio alternativo continúa favoreciendo el desarrollo de multitud de pueblos y comunidades en todo el mundo, y ayudándolos a que no tengan que vivir con la limosna del mundo rico, que es justamente el causante de que no puedan ser independientes.

Los principios del comercio justo son los que deben premiar en la sociedad futura, y nosotros desde la comodidad de un sistema consumista podemos elegir ese camino sin necesidad de enfrentarnos ni de provocar más sufrimiento.

Juntos somos evolución, como dice Macaco, sólo hay que darse cuenta a tiempo. La gente se está moviendo.