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El Comercio Justo, un capitalismo diferente

Hoy 20 de junio,  se celebra el Día Mundial del Comercio Justo, y la casualidad ha querido que hoy también se celebre el Día Mundial de nuestra lengua, el Español. Aunque no soy un fan de los «Días Mundiales de», aprovecho esta circunstancia como excusa para, desde España y para todos los hispanohablantes, poner nuestro granito de arena y dar a conocer un poquito más este sistema alternativo de comercio, que pretende igualar un poco la balanza de la riqueza en este mundo tan desigual.

El comercio justo es un tema que me apasiona desde que lo conocí en profundidad, cuando tuve que realizar un proyecto empresarial para terminar mis estudios. Elegí simular la creación de una tienda de este «comercio alternativo», y la verdad, es una de las cosas de las que más orgulloso me siento.

Desde muy pequeño, al darme cuenta de las muchas injusticias de las que está fabricada la sociedad en la que vivimos, me he hecho la misma pregunta: ¿Y qué  puedo hacer yo para mejorar todo esto?

Esa pregunta es la que me ha llevado toda mi vida por el camino que quiero seguir. Me ha hecho tener multitud de conversaciones interesantes, me ha hecho conocer gente de otros lugares con otras realidades y me ha inspirado  para escribir en mil y una noches de desvelo frente al ordenador.

La mayor parte de las veces que he reflexionado acerca de cómo una persona puede ayudar a  mejorar el mundo, el resultado ha sido un agrio sentimiento de impotencia. La fuerza real de una sociedad existe cuando sus individuos están unidos, y ese es uno de los mayores problemas, que la sociedad tiene una estructura por la que es casi imposible la unión entre personas por una causa común. Siempre habrá un pretexto que nos separe, aunque nuestra voluntad sea buena. La raza, el sexo, la ideología política, la religión y la infinita lista de prejuicios morales que tenemos, son una multitud de barreras una detrás de la otra que, entre todas, acaban provocando el enfrentamiento entre seres humanos. Cuando ese enfrantemiento se produce, se antepone el conflicto al bienestar común. A un mundo mejor.

Pero un día conocí algo distinto, y realmente interesante. Había una manera de que los seres humanos estuvieran unidos en una causa común, sin provocar enfrentamiento entre ellos. Sin tan siquiera tener que conocerse. Eso supone un gran avance porque maximiza las ventajas de la sociedad, y minimiza sus inconvenientes. En pocas palabras, evita que la estupidez humana tire por tierra con sus prejuicios un plan sostenible para un futuro mejor. Ese sistema que conocí se llama comercio justo.

El comercio justo es un movimiento internacional formado por organizaciones del Sur (hemisferio pobre) y del Norte (hemisferio rico), con el doble objetivo de mejorar el acceso al mercado de los productores más desfavorecidos y cambiar las injustas reglas del comercio internacional.

Estas organizaciones compran los productos que cultivan o fabrican los productores de países subdesarrollados, pagándoles un precio superior del que les pagaría cualquier empresa de importación privada. Este precio superior se debe a que el productor está obligado a cumplir los principios del comercio justo, entre los que están el respeto a los Derechos Humanos, al medio ambiente, la no discriminación a ninguno de sus trabajadores y el rechazo a la explotación infantil, entre otros. Esto no son principios de boquilla, ya que el sistema de comercio justo está fuertemente auditado y controlado, siendo la transparencia y la buena fe sus mayores avales.

Como consecuencia del precio pagado en origen, el producto resulta bastante más caro que sus competidores cuando llega a su destino, y ahí es donde estriba el gran problema de este sistema. Cuando comparamos productos se nos queda la referencia del precio, y eso imposibilita que veamos las grandes ventajas sociales y humanitarias que tiene consumir estos artículos.  Es por eso que en la actual situación económica mundial, el comercio justo es uno de los sectores más perjudicados.

Sin embargo, esta forma de comercio alternativo continúa favoreciendo el desarrollo de multitud de pueblos y comunidades en todo el mundo, y ayudándolos a que no tengan que vivir con la limosna del mundo rico, que es justamente el causante de que no puedan ser independientes.

Los principios del comercio justo son los que deben premiar en la sociedad futura, y nosotros desde la comodidad de un sistema consumista podemos elegir ese camino sin necesidad de enfrentarnos ni de provocar más sufrimiento.

Juntos somos evolución, como dice Macaco, sólo hay que darse cuenta a tiempo. La gente se está moviendo.

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¡Cortapelos a un euro!

Me gusta el programa ¡Anda ya!, de los Cuarenta. Cuando trabajaba recorriéndome las notarías y los Registros de la Propiedad de la geografía valenciana, este magnífico programa de radio me ayudaba a sobrellevar los kilómetros y el estrés que supone estar todo el día de arriba para abajo.

Esta semana he tenido ocasión de volver a escucharlo despues de un tiempo y siguen igual de graciosos. Y haciendo la misma ingente cantidad de publicidad. El programa es para todo el territorio nacional, pero en la publicidad desconectan y los anuncios son locales ó provinciales. Y un anuncio martilleaba en todas y cada una de las pausas comerciales durante esta semana.

«¡Aniversario de Saturn (tienda de artículos electrónicos) en Valencia! ¡Miles de artículos super-rebajados! ¡Freidoras a 4 euros, secadores a 2 euros, cortapelos a un euro! Jueves 28 mayo de 00.00 a 03.00»

Me quedé flipado con ese anuncio. Si no fuera porque lo repetían hasta la saciedad habría pensado que fue un sueño o una equivocación. Abrían una gigantesca tienda 3 horas con un porrón de artículos con un precio ridículo. ¡Y de madrugada! Aquello me olió mal, muy mal desde el principio. Pero como soy joven y aun la vida no me ha dado todo lo que me tiene que dar, lo reconozco. Mordí el anzuelo. Se lo comuniqué a mis allegados e incluso les dije si querian que les trajera algo. Era el momento de tener detalles con los allegados. ¡Por Dios, cortapelos a un euro!

La primera en la frente. El anuncio decía claramente: Jueves 28 de mayo de 00.00 a 03.00. De toda la vida de Dios (que me corrija alguien si me equivoco) ese horario corresponde a la noche del miércoles al jueves,  ya que las 03.00 del jueves son las 3 primeras horas de ese día. Allí estábamos mi novia y yo, más un reducido grupo de gente que también había interpretado que el anuncio se refería al miércoles por la noche. El resignado vigilante de seguridad nos tuvo que informar de que no, que abrían mañana. Tímidas protestas de algunos. Aceptamos barco.

Ya con la mosca detrás de la oreja, me pregunto si ir o no el jueves a la madrugada. ¿Habrá gato encerrado? Bueno, esa tienda está cerca y al lado está la playa, con lo que al menos un paseo agradable te podías dar si la velada resultaba un chasco. Acuerdo con mi novia volver a la noche siguiente. Total, no éramos muchos los de la noche anterior y era de madrugada, ¿cuánta gente podría llegar a ir?

Saturn, la avaricia me vicia

Un kilómetro antes de la salida que lleva a la tienda, el tráfico comienza a ser denso. A la altura de la salida ya estamos en pleno atasco. Cientos y cientos ¡Y cientos! de coches se aglomeran en los alrededores de la zona. La zona que cada vez abarca más. ¡Media Valencia estaba aquella madrugada en una tienda de electrónica! Con el parking absolutamente colapsado, la gente aparcaba en cualquier sitio. Las rotondas, la misma mediana de la carretera, el polígono industrial de al lado. La gente cruzaba la mediana casi sin preocuparse de los coches que estábamos pasando por medio. Iban corriendo. ¿Pero nos hemos vuelto locos?

Por fin llegamos a la altura de la tienda. El atasco es de órdago. Tenemos mi novia y yo un buen rato para sopesar si quedarnos o dar la vuelta en la siguiente rodonta (si los coches nos dejan) y marcharnos. Le pregunto qué quiere hacer y me dice que le hace ilusión por quedarse, a ver qué pasa. Bueno, podemos vivir la experiencia, ¿no? Pasamos muy cerca de la tienda y tenemos ocasión de visionar parte de lo que ocurre en el parking. Vemos ambulancias en la puerta de la tienda. La guardia civil y la policía local también están llegando. El ambiente es casi irrespirable, en cualquier momento podían haber disturbios. Familias enteras están cruzando por delante de mi coche, semi-parado en el atasco. Tengo que apartarme a la derecha, un SAMU con las luces y la sirena puesta pide paso. No me quiero quedar «a ver que pasa». Nos vamos.

Regresamos a casa y contamos lo ocurrido a la familia. Les avisamos que si quieren verlo que pongan Canal 9 (tv valenciana) el día siguiente, que seguro que se enteran.

Ayer viernes sale la noticia en todos los informativos locales. Hoy me encuentro con este artículo de alguien que sí quiso quedarse. Menos mal que, con la cabeza fría, decidí irme.

He pensado mucho sobre este hecho. Mi principal idea era que había tanta gente porque muchos querían comprar mucha cantidad para revender, con todo esto de la crisis. Pero en cuanto empecé a ver toda la gente joven y las familas enteras corriendo cual riada desbocada, ese argumento desapareció. Pero ¿por qué? Entiendo que alguien se quiera aprovechar de un «chollo», pero lo que pasó ese día me ha hecho pensar mucho. Fue lo más parecido a una guerra que he visto. Y la gente se pisoteaba sin irle la vida en ello, ni muchísimo menos. Hubo una «batalla campal» por ahorrarse x euros en artículos de casa.

La selva de asfalto

Una idea me sobrevoló la cabeza. ¿Hasta donde hubiera llegado el incidente si en vez de secadores estamos hablando de algo más serio?

Definitivamente, el material con el que está hecho el orden cívico y la tranquilidad de la que se goza en un país desarrollado y democrático como España, es muy frágil. Puede resquebrajarse enseguida.

Después de todo lo acontecido (y eso que no ha sido un golpe de Estado ni nada que se le parezca) me convenzo de que no estamos a salvo en ningún sitio. Da igual en qué país estemos, los seres humanos seguimos imponiendo nuestra necesidad personal al bienestar común. Somos capaces de hacernos mucho daño por poquito que tengamos que ganar en ello. ¿Qué va a pasar el día que a España vuelvan los fantasmas de la guerra, con una sociedad tan alterable y desunida?

Macaco me ha ayudado a ver un poquito más la importancia que tiene que nos aceptemos y nos queramos. Vernos como algo propio, no como extraños. Y creo que cada vez somos más los que estamos, poco a poco, despertándonos. O al menos eso quiero pensar. El problema es que no queda demasiado tiempo.

«Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y  ya no había nadie para ayudarme»

Martin Niemöller