Anécdotas, Conciencia, Reflexión, Sociedad

Por favor, ¡moléstame!

Vivimos en una sociedad individualista, cerrada.

Tenemos NUESTRO trabajo, NUESTROS amigos, NUESTRA familia, NUESTRA casa, NUESTRA pareja y NUESTRA vida. En el mejor de los casos, claro está, porque siempre hay quien carece de una o varias de esas cosas, pero en general, la mayor parte de la sociedad tiene esto. Cosas SUYAS.

Vamos por la calle, por el metro, por el aeropuerto o por cualquier lugar público rodeados de gente pero sin realizar ningún tipo de contacto más que el visual. A veces miramos a las personas con las que nos cruzamos simplemente para hacer un breve análisis de su aspecto, su vestimenta, su físico… y no nos damos cuenta que ante nosotros acaba de pasar alguien que podría aportar mucho a nuestra vida, y digo más, a la que nosotros podríamos aportar mucho. Nuestra sociedad es fría y caótica, tan caótica como perfecto es el engranaje económico-político que nos mantiene desunidos, enfrentados y distantes.

Por una razón o por otra, el miedo se ha apoderado de nuestro interior. Miedo es lo primero que sentimos al cruzarnos con un desconocido. Miedo a ser atracados, a quedar en ridículo, a quedar en evidencia, y también miedo a molestar.

Es cierto que muchas, muchas personas van por la vida en su burbuja y no quieren saber nada del prójimo que tienen al lado. Van pensando en SU trabajo, SUS amigos, SU familia, SU casa, SU pareja y SU vida. Serán  molestadas si les importunas con cualquier motivo, aunque eso también depende de la foma en que los importunes, pues si te muestras educado y atento puede que su burbuja estalle y se dé cuenta en cierta medida de lo mucho que le puede aportar un desconocido con una simple mirada, una simple sonrisa o una simple palabra amable. También puede ser que te manden a tomar por donde amargan los pepinos, pero siendo amables eso ocurrirá poco.

Tenemos miedo en general a relacionarnos con «los otros», una desconfianza que nos atenaza e impide el contacto con nuestros semejantes. A veces vemos a un desconocido con buen aspecto, alguien con quien pensamos que podríamos tener una agradable conversación… pero no, no vamos a actuar porque tenemos miedo. Mejor un fracaso en solitario que una vergüenza en público.

Lo que nosotros desconocemos, es que también hay muchas personas en la calle que por timidez o «vete tu a saber por qué» no intentan el menor atisbo de contacto, pero lo desean. Estarían encantadas de que alguien les «molestara» y les hiciera gozar de 5 minutos de «calor» humano. Nos falta empatía para saber comunicarnos con los demás.

Yo era una de esas personas que iba en su burbuja y que ponía mala cara al ser importunado. No me gustaba que nadie me interrumpiera cuando pensaba acerca de MI trabajo, MIS amigos, MI familia, MI casa, Mi pareja o MI vida, pero por circunstancias de MI trabajo (jeje) me he visto forzado a relacionarme con mucha gente, y hace mucho tiempo que perdí ese miedo al contacto con los demás, aunque debo admitir que a veces me gustaría «molestar» más de lo que lo hago. Puedo afirmar con gran rotundidad que la mayor parte de las personas reaccionan bien ante alguien que les «molesta» de una forma amable y educada. En definitiva podría decir que la sociedad está repleta de personas que necesitan cariño, que quieren carió, pero que no saben de dónde sacarlo. Y no reaccionan mal cuando alguien les da un poquito de ese cariño de forma altruista.

Seguro que habéis oído hablar de la película Planta Cuarta. Esa de unos niños con cáncer que, ajenos al rol que una persona así debería desempeñar según esta sociedad en la que vivimos (tristeza, depresión, soledad…) demuestran al mundo que se puede ser un niño enfermo y a la vez un niño feliz. Sólo hace falta cariño. Pues bien, el guionista de esa película, Albert Espinosa, es un tío interesantísimo y me sorprendió en una entrevista suya cuando le oí hablar de los «amarillos». Él describe a estas personas como «la gente que está entre los amigos y los amantes. Gente que consigue cambiarte, que te lo encuentras una vez en una ciudad, o en un aeropuerto y te comprende. Los amarillos para mí son los amigos del nuevo siglo», decía el bueno de Albert. Os aconsejo que leáis alguna de sus entrevistas, aquí os dejo una.

Así que, amigos, con respeto y cariño es muy posible que por la calle encontréis gente que aporte mucho a vuestra vida (quien dice por la calle, dice también en un bar o discoteca, y por supuesto Internet), y yo os aconsejo que cuando os aparezca alguien interesante, y os apetezca descubrirlo, os lancéis. En el peor de los casos sólo nos echarán un poco de «spray anti-violadores» en los ojos, y ¿qué es eso en comparación con una agradable conversación que puede cambiar tu vida?

Sed felices y, si alguno de vosotros me ve un día por ahí, por favor… ¡moléstame!